En “El secreto de sus ojos”, la famosa película, un personaje lo decía más o menos así, pensando que el sentimiento es masculino, hombre y además macho: un tipo puede cambiar de cara, casa, familia, novia, religión, de Dios, pero no de pasión.
Es pasión por un equipo, en este caso Racing de Avellaneda, pero es un dato personal y secundario, lo que importa de acá es que se trata de un sentir universal: pasión por el fútbol que se desparrama por los equipos y no digamos por la selección, para un país futbolizado que en su perfil bioquímico no califican triglicéridos, bilurrubina o ácido úrico, sino arrebato, cariño, inclinación, frenesí, deseo, entusiasmo, delirio, amor. Son sinónimos de pasión, tanto los exactos como los aproximados: querencia, lujuria, vehemencia, concupiscencia.
También pasión por la mitología del fútbol, por cantares de gesta, batallas libradas y héroes brillantes, para un país que no se futboliza de una década para otra, por favor, entendamos que esto viene con el origen, es de antiguo y parte con la vida misma.
Así que las leyendas están mirando, desde el iluminado cielo o desde el oscuro subterráneo, y el lugar de la observación, ese punto distante, no es más que un detalle menor cuando hay pasión, por tanto, mejor si la pasión es ciega. No ve faltas, no se queda en los pecados y evita los horrores. Y si los ve será de refilón y apenas. Hasta capaz que los perdone.
La pasión se fortifica con el triunfo, y más si es mundial, pide incondicionalidad, corazón bien puesto y todos a una. Es exigente. Da y sobre todo quita distancia y pensamiento crítico. Tampoco da tiempo para nada, menos para pensar, solo sentir.
¿Hay algo más importante en el universo, para una cabeza futbolizada y educada en la pasión? “Dibu” Martínez, el portero, responde que absolutamente nada.
¿Estás seguro? Él lo está y fue cosa de verlo, la pasión lo mueve, en consecuencia, le dan lo mismo los rostros, lugares y creencias de los otros. La vida de los otros, incluidos sus sentimientos. En la guerra es así.
¿Qué más te importa un carajo, “Dibu”?
La obscenidad, la grosería, la falta de respeto y la burla a los rivales. Por eso el galardón me lo pongo donde me da la gana y hasta me lo podría pasar por donde quiera, porque ahora me importa un comino lo que piensen. Me río en la cara del derrotado y podría ensartar su cabeza en una pica y que el pueblo la vea deshilachada, ahí lo tienen, se creía estrella y hombre vivo, y no es más que una piltrafa muerta con cara de cartón.
Así que lo ofendo, ensucio y lo hago las veces que quiero. Los derrotamos. Y como ya triunfamos, ahora viene la conquista, entremos a saco y no dejemos piedra sobre piedra. Se permiten los términos soeces, procaces, vulgares, insultantes, viles. Se toleran los gestos cerriles, chabacanos y descarados.
Es que el mundo, a “Dibu” le importa un carajo.