Tras este año que se acaba he llegado a una sólida convicción: me gusta Chile por los chilenos y chilenas que lo hacen posible. Confesión que acarreará funas, cancelaciones y otras tantas modernidades amplificadas a gritos por las redes sociales. Porque lo que la lleva es decir lo contrario. Que somos un desastre, que el caos lo impregna todo y estamos a un tris de que se derrumbe lo construido. Que el camino recorrido está equivocado, que hay que virar y saltar a un proyecto de ruta jamás recorrida, pero que de seguro esconde la olla de oro.
La única salida, dicen los primeros, es frenar y devolverse; ¡no!, dicen los segundos, es borrón y cuenta nueva. Unos porque sobra, otros porque falta.
Estos voceros de la debacle, unos cuantos compatriotas con poder y megáfono, son los que con vocación de clarividente hablan por “la calle”, los “de a pie” o “la gente”. Siempre me pregunto qué metodología utilizan en sus encuestas.
No es que seamos un dechado de virtudes tampoco. Pero entre sombras y claridad, el promedio me da bastante más de 50.
Me gustan los chilenos y chilenas por su carácter, su paciencia teñida de resignación, su impulso vital. Admiro su fortaleza para enfrentar desafíos. Aunque también somos quejumbrosos y desconfiados, pero esa centenaria desconfianza a veces funciona como salvavidas ante delirios refundacionales.
El mejor retrato de mis compatriotas se refleja en las elecciones. Es cierto, la flojera inhibe a muchos de ejercer la democracia, pero con un empujoncito de obligación aparecen largas filas de compatriotas bajo un sol recalcitrante, dispuestos a depositar su voz en una caja. Y al poco rato se abren las cajas y las voces dejan a sus autodesignados representantes peinados para atrás.
Me enorgullecen esa madurez democrática y su sentido común, que unos pocos osan explicar (con escasa autocrítica y abundancia de ego) como falta de preparación para una modernidad que solo ellos ostentan.
En este 2022 que se cierra, van mis buenos deseos para los habitantes de este país, para todos los que trabajan o buscan trabajo mientras dan manotazos contra la inflación y la delincuencia. Deseos con sentido para los 5 sentidos.
Para la vista, les deseo que en un futuro cercano todas las ciudades de Chile cumplan con la regla 3-30-300. Que desde su ventana mis compatriotas puedan ver tres árboles, que casi la tercera parte del barrio donde viven sea pura vegetación y que a menos de 300 metros de su casa haya un parque. Porque el verde, dice un estudio español recién publicado, tiene el poder de mejorar la salud mental y disminuir el consumo de medicamentos. Algo que necesitamos urgente para sanar la mente y el bolsillo.
Para el tacto, la caricia suave y tersa de un niño, portadora de pura esperanza y de todos los futuros posibles. Que el gusto no se les desaparezca, nublado por el covid o por otros virus que aún desconocemos, para no dejar nunca de saborear con fuerza la existencia. A su olfato le deseo muchos días con olor a pan tostado con palta, aderezo fundamental que hoy está convertido en oro puro, imposible de solventar. Para el oído, el sonido suave de varias lluvias de invierno sobre un techo firme.
Y van otros dos: una batería externa eterna para el sentido común y una memoria de muchos gigas para el sentido del humor.
Feliz 2023.