El enigmático título de esta película procede, cómo no, del Libro de Job, una frase cuyo contexto proclama la soberanía total de Dios sobre el universo en creación. Solo que la película no va en esa dirección, sino más bien en la contraria, la de un apocalipsis social, cultural y político.
El material de la historia es la familia de Reynaldo (Gerardo Trejoluna), un ranchero norteño que está envejeciendo y perdiendo las facultades que lo convirtieron en un cazador legendario, y que ha convocado a su familia para celebrar los 20 años del rancho que instaló su padre. En verdad, solo llegan sus dos hijas, una de ellas con su marido y sus niños, y el hijo, recién separado y sin tutela ni permiso para traer a sus hijos. El hermano de Reynaldo se niega a asistir porque se está yendo de la región, asediada por el bandidaje.
De modo que la celebración es un tanto trunca. La presencia de tres empleados resentidos y Rosa (Paloma Petra), una empleada veleidosa, pero que resulta ser la única leal al jefe, enrarece más el ambiente. Y para arruinar la fiesta, en un momento se presentan los bandidos con una forma retorcida de extorsión: servicios de seguridad. A partir de ese punto se invierten todos los supuestos del imperio del ranchero: los animales que ha cazado, los trabajadores a los que ha maltratado, las mujeres a las que ha dominado, todo parece volverse en contra del patriarca, que debe ahora enfrentar los mismos peligros desde la perspectiva de la presa, no del depredador.
Es una torsión simple, pero no poco eficaz. Este es el quinto largometraje de la realizadora Alejandra Márquez Abella, que ha persistido en su visión crítica de la sociedad mexicana y la denuncia de sus males: el clasismo, el desprecio, el patriarcado y, sobre todo, el machismo. Su estética es menos telúrica que la de su compatriota Carlos Reygadas _-al que sin duda remite_-, pero comparte ese cierto regusto por el metaforón, a veces tan grueso que duele hasta el cuello (i.e., el naranjo que plantó el abuelo).
La directora busca descubrir y desnudar el inveterado machismo mexicano. El caso es que este ha sido el motivo de crítica de toda la historia del cine mexicano, desde Fernando de Fuentes hasta los hermanos Cuarón, pasando por los exiliados Luis Buñuel y Luis Alcoriza. No es tan claro que Alejandra Márquez Abella reconozca esa tradición. Al contrario, el tono del relato sugiere que El norte sobre el vacío quiere fundar una nueva.
El resultado es que hay menos novedad de la que propone su puesta en escena y menos novedad de la que ofrece su narrativa. Aun así, El norte sobre el vacío es una cinta atractiva, un western desubicado, una aventura fronteriza sin frontera, un duelo donde las pistolas son inútiles.