Cuando algunos ya dudaban, la política chilena llegó a acuerdo. A los pies de una majestuosa escalera de mármol, rigurosamente encorbatados, Alvaro Elizalde y Vlado Mirosevic anunciaron la fumata blanca. Acto seguido notificaron los “principios constitucionales” y posteriormente “el mecanismo”.
Toda una puesta en escena muy distinta a la del anterior acuerdo, donde el país ardía por los cuatro costados y el anuncio fue bajo una tensión enorme, a altas horas de la madrugada.
Tal vez lo más elocuente del cambio de contexto se vivió el día después.
Al día siguiente del acuerdo del 15N de 2019, los políticos inundaron todos los matinales. Desde el diputado Winter a Pancho Vidal. La televisión prácticamente transmitió ininterrumpidamente largos y sesudos análisis. Con duros intercambios, con desgarradoras autoflagelaciones, con severas recriminaciones.
El día siguiente del acuerdo del 12D de 2022, en un matinal se transmitía sobre los vestidos de graduación, en otro sobre la belleza de la playa de Zapallar y en el otro sobre el Viejo Pascuero.
Otro Chile. Y en buena hora. Es lo que los franceses llaman la petite mort poscoital. Después del huracán vivido en estos años, existe indudablemente una ventana de mayor calma, de más sensatez y de mayor racionalidad.
Tal vez también operó, una vez más, el peso de la noche del que habló Diego Portales. Y mostró, también, que el realismo es siempre con renuncia.
Y como en política y en el sexo hay extraños compañeros de cama, hoy bajo las mismas sábanas están el alcalde Sharp, José Antonio Kast, Parisi, De la Carrera y el profe Artés. Todos torpedeando desde su posición el acuerdo. Por diferentes motivos, con diferentes razones.
Y tal vez allí está una de las claves del proceso que se inicia. Es probable que la disputa termine siendo entre “democracia liberal” y “populismo”. Y el resultado de ese partido no está asegurado, porque el populismo corre con ventaja en el mundo actual.
Así, incluso asumiendo que se logra una Constitución sensata y razonable, el discurso antipolítica puede encender el rechazo, y esa deberá ser la primera alarma de la que deberá estar consciente la nueva convención. Ya no es el miedo a que se extralimite ni al mamarracho, sino que al discurso antiestablishment.
La fórmula del mecanismo sin duda que es alambicada. Es evidente que cada uno tenía una fórmula mejor, pero se ha llegado a un punto razonable y sensato que salvaguarda el delirio anterior.
Es imposible no ignorar que el rol de los expertos por sobre los convencionales puede ser un problema. Y también es imposible soslayar que probablemente entre los convencionales veamos viejas caras conocidas. Pero lo que es casi seguro es que atrás quedará la pesadilla que debutó esa mañana del 4 de julio de 2021, en la que entre gritos y disfraces buscaron refundar Chile.
Dirán que es la elite, que es el partido del orden. Pero es probable que el contraste sea tan grande que el baño de legitimación comience desde ese mismo momento.
Los famosos 12 puntos no fueron impuestos por los negociadores. Fueron impuestos por la ciudadanía, a través del “rechazazo” del 4S. O alguien piensa que hay espacio para inventar un nuevo himno o ponerle otra estrella a la bandera.
El problema para Boric es el mismo que el de Piñera. Y si bien ambos estuvieron en la posición correcta, y los dos fueron más bien espectadores de lo que ocurría en el Congreso, a ambos su sector no les perdonará nunca el “entreguismo”.
En efecto, la derecha dura no le perdonará jamás a Piñera “haber entregado la Constitución”, cuando en la práctica no tenía mucha alternativa. A Boric la izquierda dura no le perdonará nunca el “haber entregado la refundación”, cuando en la práctica no tenía mucha alternativa.
Porque si bien la izquierda dura concurrió con su firma, está con un pie en el acuerdo y otro en la calle. Arrepentidos algunos, avergonzados varios y ultrajados otros. Y dadas las características identitarias de la izquierda, este es sin duda un mazazo muy grande que inaugurará una autoflagelación que puede durar décadas.
La centroderecha, por su parte, cumplió su palabra. La nueva generación no escuchó los cantos de sirenas de los duros de siempre. Es, tal vez, la mejor noticia. Es posible que estemos en presencia, al fin, de una derecha que cumple todos los estándares democráticos. Y es por esa razón que entre esa derecha y Republicanos se deben construir un muro, una reja y un foso.
Chile se ha dado una última oportunidad, por lo que hay que andar en puntillas para no romper el hechizo.
Si se logra llegar a puerto, se habrá construido realmente un marco común. Y la cama del populismo y el reaccionarismo, cual Gomorra, quedará condenada a los fuegos eternos.
Si fracasa nuevamente, entonces —como diría Serrat— que Dios nos inspire o que Dios nos ampare.