Calum (Paul Mescal) y su hija, Sophie (Frankie Corio), están de vacaciones en una playa de Turquía, donde suelen llegar otros británicos como ellos a instalarse junto a la piscina de un todo incluido, bajo un calor mediterráneo, aunque también van al mar y hacen otras expediciones por la zona. En realidad, Calum y Sophie no están de vacaciones, sino que Sophie, ya adulta, quizá con la edad que entonces tenía su padre, recuerda aquellas vacaciones a principios de los noventa, o pedazos de ellas, mientras revisa los viejos videos que quedaron como testimonios de aquellos días. Los espectadores vemos esas imágenes y también otras que pueden ser sueños asociados a esos días. Esa sería la manera más natural de leer “Aftersun”, si bien la cinta es elusiva, especialmente en un principio, en dar señales rotundas respecto de qué está en juego. Su relato está, en parte, fraccionado, y enfatiza, quizá con poca sutileza, la naturaleza electrónica de algunos de los recuerdos. Pero, sí, en el centro del relato hay una hija de 11 años y un padre de unos 30, de vacaciones, juntos en una playa del mediterráneo, los dos solos, porque él está separado de su madre, aparentemente no hace mucho tiempo, y padre e hija viven en ciudades distintas de Gran Bretaña, lo que puede ser una de las razones por las que se vean poco.
La escocesa Charlotte Wells (1987) viste su primer largometraje con muy poca trama. Como buena parte del cine contemporáneo que crece en torno a los festivales de cine, su mayor interés está en capturar ciertos momentos inefables, cierta atmósfera, ciertas señales ambiguas de una realidad que se escapa. El interés del espectador, que en el cine más tradicional se asocia a la trama y al qué va a suceder ahora, se traslada a tratar de entender lo que mira, a intentar capturar el centro de un conflicto o un problema que se elude, al que solo se llega por pistas arrojadas a lo largo del relato que, en algún momento, posiblemente hacia el final, harán sentido. El efecto es análogo al que Ricardo Piglia describe respecto del cuento contemporáneo, que intenta contar dos historias: una aparente y una que corre por debajo, que puede salir a la superficie o puede que no. En “Aftersun”, mientras padre e hija están de vacaciones (historia aparente), algo pasa con Calum, el padre (historia que corre por debajo).
Si bien su tono y su moral es totalmente distinta, la película tiene una obvia deuda con “Dirty dancing” (1987), que también privilegia el punto de vista femenino y de donde toma la idea de tiempo suspendido que provocan las vacaciones, especialmente en un resort; de los contrastes entre el día y la noche, que permite que en la noche sucedan cosas que no son posibles en el día; y del despertar sexual de la mujer, que en “Aftersun” es más leve pero ciertamente en proceso. Quizá lo más interesante de la cinta es cómo captura el fin del verano, el calor, la situación de estar buena parte del día en un hotel, la familiaridad que se toma con otros huéspedes, el aburrimiento de tener todo el tiempo del mundo y poco que hacer. Hay algo melancólico en todo ello, algo que nunca termina de cerrar, el obvio problema de que la suspensión del mundo cotidiano no logra suspender los vacíos del mundo cotidiano.
“Aftersun” no es quizá la enorme película que muchos han querido ver en ella, pero ciertamente es una película fina en sus observaciones, en sus personajes y en sus actuaciones, que logra transmitir la leve pero permanente inquietud de ser joven y tener un padre no del todo confiable, afectuoso y entrañable, algo roto, débil, incapaz de hacerse cargo de sí del todo. Si eso no es trágico, quizá terrible, está cerca de serlo.
Aftersun
Dirigida por Charlotte Wells.
Con Paul Mescal, Frankie Corio y Celia Rowlson-Hall.
UK y Estados Unidos, 2022, 102 minutos.
En cines.
DRAMA