Erik ten Hag, entrenador del Manchester United, fue el primero en atreverse a sacar a Cristiano Ronaldo. El extraordinario goleador luso tiró el mantel, habló pestes de su jefe y generó que su club le rescindiera contrato. En el Mundial, la selección portuguesa, con alternativas de lujo en su zona creativa, no encontraba respuestas en el ataque. Cristiano Ronaldo era el centrodelantero titular, pero no entraba en juego. En rigor, no estaba para competir en estas lides.
No era fácil la determinación para Fernando Santos, el técnico que llevó a los lusitanos a ganar la Eurocopa de 2016 y disfrutó de la madurez competitiva del gran rematador de Madeira. Hasta que Cristiano pisó el palito. Guiado por su ego gigantesco, cuestionó a viva voz a su técnico por reemplazarlo en la derrota ante Corea del Sur. Ahí, Santos tuvo la oportunidad y no la desaprovechó. Nada ni nadie es más importante que el grupo, más aún cuando las actitudes de los protagonistas ponen en cuestión el principio de autoridad.
Ante Suiza, en el duelo de los octavos de final de Qatar 2022, Gonçalo Ramos ocupó el centro del ataque portugués, se matriculó con tres goles en el 6-1 y le dio un pleno al seleccionador, mientras Cristiano Ronaldo mostraba su cara de tres metros en la banca. El cuadro luso dejaba de actuar con freno de mano, se soltaba y mostraba el potencial que sus nombres sugieren. La movilidad se notó ante los helvéticos.
El mensaje es muy potente para todos los entrenadores del mundo y en distintas disciplinas. Si al 7 lo enviaron a la suplencia, todos pueden ser reserva. En el deporte el tiempo es cruel. “CR7” no se movía, esperaba todos los balones al pie, no ganaba con la explosión que lo distinguió y facilitaba el trabajo a los defensores rivales. Como el fútbol es circular y muchas veces carece de lógica, en una de esas vuelve a ser decisivo en este Mundial y manda al tacho de la basura estas líneas. Sería una anécdota y no apuntaríamos a lo central.
En la selección chilena, el entrenador Eduardo Berizzo se enfrenta a este problema con los estertores del grupo de jugadores que llevó a Chile a una década brillante, entre 2007 y 2017. Y ya pasó un lustro. Los hinchas creen que sus ídolos mantienen la jerarquía intacta y un sector de la prensa estima que son imprescindibles. La contundencia de los hechos nos enseña que es la hora del volantazo, que Berizzo encuentre el respaldo que las circunstancias demandan, tal como aconteció con Fernando Santos.
La Copa del Mundo nos muestra la lejanía que existe hoy entre el fútbol chileno y la élite. Salvo alguna excepción, es imposible competir sin disponer de al menos un 50 por ciento del equipo titular actuando en la Premier League, Liga Española, Bundesliga, Serie A, Ligue 1, más los torneos de Países Bajos, Portugal y el Championship. Por la exigencia técnica (clave), táctica, intensidad y ritmo de juego, esos campeonatos obligan al esfuerzo y la excelencia.
El dato es claro. Si nuestros futbolistas no acuden a esas ligas, el camino será demasiado complejo. Berizzo es un buen entrenador, pero no es mago. Es necesario comprenderlo y asumirlo. Sin jugadores en la alta competencia es improbable retornar a la fiesta mayor.