La actividad económica crecerá un 2,4% este año y el Banco Central proyecta una contracción de un 1,3% para el 2023. La inflación cerrará en casi 12% este año y para el próximo se estima un 6,6% en promedio. Por último, nuestra cuenta corriente cerrará con un déficit de casi un 10% del PIB, es decir, habremos gastado un 10% más de lo que produjimos.
Los últimos años, marcados por presiones desmedidas, sin sentido de realidad, un sistema político débil, con muchas voces populistas que solo tiraban más bencina al fuego, como dijo el actual ministro de Hacienda, hoy nos pasa la cuenta. Los trabajadores hoy pagan el precio de las malas políticas con un menor salario real. Un 2% en términos del conjunto de los bienes de la canasta del índice de precios al consumidor, y cerca de un 15% respecto de la canasta básica.
Las malas políticas también tendrán efectos en el largo y mediano plazo. A pesar de que la inversión este año crecerá 2,9%, un resultado mejor de lo esperado, en 2023 esta caerá un 5%. El empleo, como fracción de la población en edad de trabajar, no ha logrado alcanzar los niveles que tenía previos al estallido social y pandemia. Luego de una recuperación, al disminuir las restricciones sanitarias, el empleo se ha mantenido estancado desde abril de este año. Tomando en cuenta el crecimiento para el próximo año, es probable que este vuelva a caer en 2023. La caída de la inversión y el empleo explican, en gran parte, por qué el Banco Central bajó su proyección de crecimiento de largo plazo en más de medio punto, pasando de 2,8% a solo 2,1% anual. A lo anterior hay que sumar el efecto que está teniendo la pandemia y las malas políticas que se adoptaron en la deserción escolar. Recordemos que a pesar de que Chile tuvo la mayor cantidad de días sin clases a nivel de toda la OCDE, teníamos sectores, que más por un afán de ir contra la autoridad, exigían medidas aún más drásticas.
Las malas políticas no solo afectan el crecimiento económico. A pesar del magro crecimiento de la última década, es sorprendente ver que hoy Chile, con mayores recursos, muestre algunas realidades que son peores que las que teníamos hace 10 años. Hoy existen cerca de mil campamentos donde viven más de 80 mil personas, casi todas ellas, sin agua ni alcantarillado. Esta cifra solo se compara con la realidad que teníamos en 1996. Según un estudio del centro “Urbanismo Social”, en 2017 los programas de vivienda entregaban 54 mil viviendas, en 2019 solo 48 mil, en pandemia las cifras son mucho peores. Según este estudio, se requiere construir un adicional de 40 mil viviendas por año solo para impedir que el déficit deje de crecer.
El énfasis del ministro Montes en vivienda es correcto, pero se requiere que se destine una mayor fracción del actual gasto público a vivienda, y se levanten restricciones normativas que impiden avanzar más rápido. Somos mucho más ricos que en 1996, pero parece que hoy nos preocupan menos los que más necesitan.
En términos de formalidad, hemos vuelto a tener nuestros centros plagados de vendedores ambulantes, y peor aún, de cocinerías callejeras. Esto se había superado décadas atrás, con un ingreso mucho menor que el actual. Aparte del tema de higiene pública y de delincuencia, está el impacto negativo que tiene el comercio ambulante en los locales formales de menor tamaño, que no están en centros comerciales.
Nuestras políticas han perdido el norte, no solo para generar crecimiento, sino que también para administrar lo que tenemos. El gasto público creció 10% más que el PIB en los últimos 10 años. Pero eslóganes como que el crecimiento es solo para la élite, que la focalización no corresponde, que ante cualquier problema la solución es un subsidio, que todo es culpa de un tercero nos han pasado la cuenta.
Debemos pedir explicaciones a quienes, por afanes populistas o por temor a ir contra la corriente, permitieron que hoy tengamos un menor salario real, que los campamentos se hayan multiplicado, entre otras cosas. Si no lo hacemos, los cantos de sirenas populistas volverán, llamando a comernos lo que el país ha logrado desde el retorno de la democracia.
Esperemos que las palabras del Presidente en la inauguración del monumento al Presidente Aylwin representen al sistema político, y sean fruto de una reflexión profunda respecto a que los cambios que signifiquen un real apoyo a la gente se deben hacer paso a paso, con eficiencia técnica, sin voluntarismos, priorizando, entendiendo que en un país tan desigual la focalización es fundamental para avanzar.