Mucho se habla de la incapacidad que ha mostrado la economía chilena para elevar su tasa de crecimiento de largo plazo. Un factor que aparece estancado en los últimos años es la productividad agregada. Es tentador atribuirle este fenómeno al carácter de nuestra estructura productiva o a la incapacidad del mundo empresarial de agregarles valor a los distintos procesos productivos. Sin embargo, son múltiples las experiencias que contradicen dichas afirmaciones y que sugieren que las causas del fenómeno tienen otros orígenes y que estos son múltiples y diversos. Uno con alta probabilidad de estar influyendo en esta regularidad es la falta de capital humano. Los indicadores que apuntan en esta dirección son diversos y se observan no solo en las pruebas que miden habilidades y conocimientos de los estudiantes del nivel escolar, sino también en aquellas que miden habilidades de profesionales egresados de la educación superior. Esta carencia de capital humano es un golpe directo al crecimiento económico, pero también hace difíciles aquellas innovaciones que pueden elevar la productividad de empresas y organizaciones.

El país no ha sido indiferente a esta realidad y ha articulado diversas iniciativas para aumentar su capital humano, sobre todo el de carácter avanzado, que tiene impactos más inmediatos (mejorar la experiencia escolar y universitaria para asegurar las habilidades que actualmente se demandan requiere de tiempos más prolongados). Una iniciativa emblemática ha sido el programa Becas Chile, que les ha otorgado a jóvenes profesionales la posibilidad de estudiar programas de magíster y doctorado en el extranjero. El primero de estos programas, luego de estar suspendido en 2020 y 2021, recibió poco más de 600 postulaciones, menos de la mitad de las que registró en 2019. Fueron seleccionadas 178 personas, un 35 por ciento menos que hace tres años. En el caso de los doctorados, la suspensión solo ocurrió en 2021. En la reapertura de las postulaciones para 2022 este número llegó a 361 y los seleccionados alcanzaron a 206, esto es, un 43 por ciento menos que en 2019. Este menor interés aparente puede ser preocupante, porque pone freno a otra fuente de aumento de capital humano en el país.

Los números de 2022 pueden ser prematuros para extraer conclusiones definitivas. Después de todo, la pandemia alteró las decisiones de una enorme cantidad de personas en el mundo entero y Chile no es la excepción. El interés en postular a estos programas puede haber cambiado, quizás transitoriamente. Hay evidencia de que en otras latitudes ha sucedido algo similar. Con todo, en 2019 —es decir, previo a la pandemia— ya se había notado una postulación inferior, respecto de años anteriores, a Becas Chile para ambos tipos de programas. Quizás el panorama para los interesados en ellos no es tan halagüeño. En este sentido, cabe recordar, por ejemplo, que el número de académicos creció en forma significativa hasta 2016 y que desde entonces se observa un leve retroceso. Las personas con grado de doctor siguen subiendo, pero representan apenas un 16 por ciento del total (SIES). Al mismo tiempo, la inversión en ciencia y tecnología está lejos de observar un incremento significativo, incluyendo fondos concursables. A su vez, las empresas, salvo excepciones, han sido renuentes a invertir más en este ámbito, tanto en alianza con universidades como creando sus propias áreas de investigación y desarrollo. La carga que pueden significar las inflexibilidades que imponen estos aportes a los becados también puede constituir un desaliento a postular, sobre todo en el doctorado, dado que programas de otras latitudes ofrecen financiamientos atractivos a los interesados en cursarlos. En cualquier caso, antes de reformar Becas Chile —si hubiese esa intención— corresponde hacer una evaluación bien diseñada de los beneficios para el país.