Llegar a Bolivia siempre fascina. A más de 4.000 metros, el aeropuerto más cercano a su capital desafía al cuerpo humano. Por algo el municipio que lo aloja se llama El Alto. Desde ahí se “baja” a La Paz. Ahora, si uno se queda arriba y recorre esa parte del altiplano, las lecciones económicas sobran.
Con apenas 37 años de existencia, El Alto hoy alberga a más de un millón de personas (supera en población a La Paz). Su crecimiento reciente ha sido desenfrenado. Un tráfico infernal deja claro que la economía no esperó al plan urbano. En el intertanto, la ciudad se ha posicionado. Entre los 339 municipios del vecino país, el ranking del Atlas Municipal del SDSN-Bolivia ubica a El Alto tercero en “industria, innovación e infraestructura”.
El comercio está en el centro de su actividad. Una inmensa cantidad de negocios se desparrama por cuadras y cuadras del altiplano. Jueves y domingos la ciudad recibe a la feria de la Av. 16 de Julio. Dicen que es la más grande del continente. Quizás, pues recorre 100 cuadras. ¿Quiere comprar ropa? Ahí encuentra. ¿Mascotas? La que quiera. ¿Un auto? Basta elegir la marca. A 4.000 metros de altura se encuentra literalmente de todo.
Ahora, lo que sí brilla por su ausencia en El Alto son las facturas o boletas. Si compra algo, simplemente olvídese de ellas, pues la informalidad es la regla en todo ámbito. En el mercado laboral, por ejemplo, se estima que más del 85% del empleo es sin contrato. Además, solo una pequeña fracción de las empresas está registrada y paga impuestos. Ah, y por supuesto, sin registros de transacciones, la comercialización de artículos robados o de contrabando se facilita.
Tales precarias condiciones no impiden la acumulación de fortunas. Muestra de aquello son los famosos cholets, término que nace de combinar “chalet” con el despectivo “cholo”. Estos son caros edificios que se distinguen por excentricidades tales como tener una inmensa estatua de la libertad en la fachada o un barco de cuatro pisos en la planta alta.
Pero volvamos al punto de fondo. Dados los efectos negativos de la informalidad, ¿cómo puede ser que la actividad de una ciudad joven gire en torno a ella? El Estado debió haber hecho cumplir la ley desde el día uno, dirá usted. ¿Y si fue precisamente eso lo que hizo y desde entonces partió el drama?
Hace más de dos décadas, los rankings ya ubicaban a la regulación laboral boliviana como la más rígida de América Latina (Heckman y Pages, 2000). Y desde entonces, las cosas no han mejorado. El costo de un empleo formal saltó por sobre el 33% del sueldo, los aguinaldos legales se multiplicaron y los costos de despido se hicieron inabordables. A esto se agregó una burocracia estatal cada vez más politizada y pesada. ¿Ganas de emprender como Dios manda? ¿De contratar a alguien formalmente? Nulas. Mejor a la mala. Total, aunque implique un progreso precario y riesgoso, es progreso al fin. Esa lógica parece primar en El Alto.
La lección del caso es pertinente. Ojo con la calidad de las reformas. En el altiplano o al nivel del mar, la nefasta informalidad puede ser la respuesta óptima a sus fallas.