Señor Director:
Santiago presenta en la actualidad signos de una decadencia nunca antes vista.
A la inseguridad galopante que se advierte en su centro histórico y en sus barrios tradicionales, se agrega el deplorable estado de deterioro de importantes edificaciones —incluidas aquellas patrimoniales— repletas de rayados. En sus plazas y espacios públicos recreacionales, la delincuencia y la drogadicción campean, atemorizando con una violencia inusitada a los vecinos residentes.
El centro santiaguino atiborrado de comercio ilegal, con menores de edad “cuchillo en mano” desafiando a la autoridad, atestado de cocinerías insalubres en plena calle, con sus parques y veredas repletándose de colchones y precarios alojamientos callejeros, ofrece un espectáculo dantesco. A pasos del palacio presidencial, carpas y mediaguas, el lecho del río Mapocho ya pareciéndose a un campamento. Es otro Santiago.
La Plaza de Armas, ahora transformada en un verdadero campo de batalla de mafias de comerciantes, en medio de un sórdido panorama donde abundan el comercio sexual desatado, los robos y los asaltos a plena luz del día, sin control alguno. Algo insólito.
Caída la noche, el centro capitalino se transforma en un basural, un antro de delincuencia que lo hace intransitable, aumentando peligrosamente el número de homicidios cometidos en plena vía pública. Algo inimaginable.
El comercio establecido bajando sus cortinas más temprano o simplemente ya sin levantarlas. Sus propietarios han decidido cerrar o emigrar del centro capitalino. Otro tanto sucede con cientos de oficinas vacías que yacen abandonadas por sus moradores, al no contar con las condiciones mínimas para desarrollar las actividades productivas que otrora le daban vida al centro de la capital. Algo desolador.
Los liceos capitalinos tradicionales ya no hacen noticia por la excelencia académica de ayer. Hoy forman parte de la crónica roja del día.
Lo que afirmamos no constituye una exageración ni mucho menos un exabrupto de pasada. Es la constatación palmaria de una evidencia dolorosa.
Nos duele como exalcaldes de Santiago, su comuna fundacional, tener que decirlo de manera tan cruda y brutal, pero es la triste realidad. Un Santiago irreconocible.
Así las cosas, pensamos que la principal responsabilidad de semejante debacle recae directamente en quienes administran la ciudad.
Lo decimos con respeto, pero con preocupación: no se advierte una actitud de liderazgo, decidida y resuelta que intente poner atajo con firmeza y energía a este descalabro en que se encuentra sumido Santiago.
Desde estas columnas, formulamos un dramático y primordial llamado a la autoridad municipal y también al gobierno regional y nacional a que tomen seriamente y con urgencia cartas en el asunto, antes de que sea demasiado tarde, porque cuando las ciudades capitales agonizan y sucumben como está sucediendo con Santiago, no solo se afecta su desarrollo, el progreso y la convivencia social, sino también el país termina desdibujando su identidad como nación.
Si levantamos nuestra voz, más allá de nuestras legítimas diferencias políticas, es porque la situación actual ya no da para más, y porque le guardamos un cariño inmenso a nuestra ciudad, a sus habitantes y a su historia, precisamente porque tuvimos el privilegio de haberla administrado en otro tiempo, intentando en todo momento cuidar con celo su patrimonio y el bienestar de quienes la habitaban.
Raúl Alcaíno Lihn;
Felipe Alessandri Vergara;
Carlos Bombal Otaegui;
Patricio Guzmán Mira;
Máximo Honorato Álamos;
Joaquín Lavín Infante;
María Eugenia Oyarzún de Errázuriz;
Jaime Ravinet de la Fuente;
Pablo Zalaquett Said
Exalcaldes de Santiago