Esta es una pequeña película integrada por tres pequeños cuentos, con solo tres personajes en cada uno. El minimalismo no es un valor en sí mismo. Pero sí lo es en este caso, porque Sexual drive propone concentrarse en unos pocos elementos esenciales para revisar un tema de naturaleza leve, quebradiza: la relación entre la comida y la excitación sexual femenina.
Los tres relatos llevan el nombre de un plato japonés y están vinculados por la presencia de un hombre, Kurita (Tateto Serizawa), que porta una vistosa caja de castañas chinas. Ambas cosas actúan como enlaces y desencadenantes. Kurita es además el verdadero relator omnisciente, el que sabe más que todos.
En el primero, “Natto” (una preparación de soja fermentada), Kurita llega a casa de Enatsu (Ryô Ikeda) para revelarle que su esposa Megumi (Manami Hashimoto) tiene un comportamiento sexual que él desconoce y que está sensorialmente ligado al consumo de su desayuno, incluso más allá de lo imaginable.
En el segundo, “Tofu de mapo” (un plato adaptado de China, de tofu con salsas picantes), el mismo Kurita se reencuentra con Akane (Honami Satô), una joven que lo ha olvidado, para recordarle que el tofu de sabor fuerte, hasta hiriente, sin atenuantes, es lo que satisface sus deseos más profundos.
Y en el tercero, “Ramen con grasa extra” (fideos más grasa dorsal de cerdo), Kurita informa al ejecutivo casado Ikeyama (Shogen), que su amante, Momoko (Rina Takeda), lucha con su tristeza y su soledad consumiendo un plato popular cuyos componentes desatan su lujuria.
Naturalmente, se trata de historias expresionistas, que extreman la proyección de lo subjetivo sobre la realidad y que la llegan a distorsionar con cierto exceso. Hay una voluntad de choque y descaro; la propia brevedad de las historias es un indicio de eso. Casi toda la trayectoria del cineasta Kôta Yoshida —este es su décimo tercer largo— se ha desplegado en torno a temas similares, dentro de una cultura en la que resultan más transgresores por la larga tradición japonesa de tensión entre la represión y el morbo.
Eso puede explicar también la singladura de Sexual drive: total ausencia de imágenes de sexo y total desborde de imágenes culinarias alusivas a él. Es un notable caso de cine metonímico, con resonancias indirectas más amplias que las de su propio objeto. Y es también un caso raro en el que el principal defecto es la música. Desmesurado, imaginativo, original y mórbido, no cabe duda de que Kôta Yoshida tiene mejor ojo que oído.