El Mundial 2022 se inició con dos discursos.
Uno formal y envuelto en el espectáculo de la ceremonia inaugural, y el previo y en conferencia de prensa, cuando el suizo Gianni Infantino, presidente de la FIFA, habló y abrió su corazón, aunque para la prensa y los presentes eso no fue más que un hígado o páncreas.
Este es un Mundial virtual y se trata de un rato de grandeza.
Es un mes y tanto.
Es el brillo de un cometa.
Es menos que las ciudades de Qatar y su sorprendente y apabullante riqueza, parecen de metal y baquelita, y son lugares donde vive la gente, por cierto, pero primero diseño, arquitectura y eso que se llama marca país.
Es un certamen de efectos especiales y superproducción, para felicidad de auspiciadores y alegría de patrocinadores: la FIFA y la dinastía Al Thani y el método de la monarquía absoluta.
Está claro como el agua, el gas natural y el dólar, y buscar otra cosa es inútil.
Lo que importa es que cada cuatro años se enceran los pilares del templo del fútbol: dinero, publicidad, televisión y apuestas por lo bajo y alto.
En realidad no nay nada más qué decir, pero siempre se intenta.
Es el afán de darle marco teórico, contexto cultural, pátina humanista y hasta razones morales.
En realidad es hacer el ridículo.
Morgan Freeman habló en la ceremonia inaugural, y el interés se concentró en su mano izquierda enguantada, donde todo partió en un accidente automovilístico y eso derivó en algo que la mayoría no sabíamos que existía: fribromialgia. ¿Su discurso? Una cosa ramplona, más bien de cierre de año escolar, sobre unidad del mundo, fútbol y amor. Así que la voz grave y profunda de Freeman, tan venerada, no sirve de nada cuando la solemnidad es puro artificio y son palabras que salen de la boca e inmediatamente se deshojan.
El asunto es que Qatar, todo el mundo lo sabe y asume, desaparece del planeta del fútbol después del 18 de diciembre.
Y también del interés de la FIFA, a menos que falten cuotas por pagar.
Qatar fue un escenario, un lugar y un país para una gigantesca puesta en escena, y por eso telón, tramoya, foso, bastidores y lo necesario para el gran montaje del Mundial. Un invento colosal y millonario. Una obra que se repite cada cuatro años. Un magnífico negocio sin palabras.
Y el otro discurso, esta vez irritante, surgió en la conferencia de prensa de Infantino, cuando entre suspiros y angustias, contó sus experiencias de niño y joven, frente a la migración, discriminación y racismo. Unos temas que podrían interesarle a su familia y habrá alguno de sus compadres que no se aburran con los cuentos repetidos, pero fuera de ese estrecho y minúsculo ámbito, su discurso no existe.
Infantino y también Freeman, en realidad, deberían aparecer como extras en los Simpson. Están mandados a hacer.