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Cartas
Sábado 26 de noviembre de 2022
La cruzada de la ministra Vallejo
Señor Director:
En una columna publicada ayer en este medio, la ministra Vallejo alerta a los lectores acerca del problema de la desinformación y defiende la necesidad de “articular un pacto social que construya soluciones transversales que perduren en el tiempo”. El texto es lo suficientemente general como para poder aspirar a una adhesión igualmente general. La ministra reconoce, con particular perspicacia, que “nadie ha dado con la receta mágica para solucionar este problema”; afirma que todos los medios de comunicación “son aliados en esta batalla contra la desinformación” y, entre otras cosas, se refiere a la polarización que alienta la desinformación. La columna concluye con una exhortación: “Finalmente, estamos todas y todos llamados a defender nuestras democracias”. ¿Quién querría estar en contra de esto, se preguntará el lector? Sobre todo después de tan edificante —y novedoso— remate, solo aquellos que esperan soluciones mágicas.
La desinformación —que cuando es deliberada no es más que una forma de mentira— es sin duda un mal y daña la discusión democrática. El diablo, sin embargo, está en los detalles. Primero tropezamos con el problema de lo que cuenta como bulo o, según el anglicismo al uso, como fake news. Eso no es tan sencillo de determinar. Tomemos por ejemplo la frase “Piñera le declaró la guerra a su propio pueblo” que, si mal no recuerdo (hago el alcance para que no se me acuse de desinformar), ideó la ministra cuando era diputada. ¿Cómo debe interpretarse esta frase? ¿Como un bulo, como una interpretación genuina de la situación de entonces o como una declaración desafortunada, que simplemente refleja el desconocimiento de lo que significan los términos “declarar”, “guerra” y “pueblo”?
Luego tropezamos con un hecho que solo la candidez más pasmosa podría llevar a obviar: se puede instrumentalizar el interés de la ciudadanía por la verdad, la democracia y la libertad de expresión. Por eso la calificación de algo como bulo puede ser también una táctica política. La ministra ha dado sobradas muestras de ello: en la campaña en favor del fracasado proyecto constitucional calificó repetidamente de desinformación afirmaciones que, en el mejor de los casos, eran opinables y, en el peor, derechamente ciertas. Ese antecedente ¿no debería importarnos a la hora de sopesar sus esfuerzos por fortalecer el periodismo y los medios de comunicación o emprender las campañas de alfabetización digital y medial de que habla?
Pero, en cualquier caso, el problema no se reduce a la idoneidad de la ministra para llevar a cabo tales cometidos. El problema es si acaso existe algún mecanismo que permita evitar los efectos de la desinformación sin poner al mismo tiempo en riesgo la libertad de expresión. Quizás no lo hay. Y si ello es así, no queda más remedio que escoger entre una cosa u otra. Después de todo, la magia simplemente no existe.
Felipe Schwember