El Mundial de Qatar ha estado marcado por una serie de temas extrafutbolísticos antes de su inicio y con justa razón. No se puede eludir ni dejar de lado situaciones tan deplorables como la corrupción, la discriminación y los atentados a los derechos humanos. Los medios, esencialmente, deben poner esos tópicos en la mesa. Y no por ello ser acusados de querer desprestigiar la justa. Al contrario, la idea es salvar la parte de inocencia que aún tiene el torneo futbolero más importante en un mundo muy diferente al que había en sus inicios.
Por cierto que, aún en medio de todo el debate cultural y social, debe también estar incluido el diálogo plenamente futbolístico. Y a pesar de que Qatar 2022 recién está partiendo, ya se está delineando un tema que seguro será materia de discusión: la cada vez mayor carencia de competitividad efectiva.
Sí, es cierto. Siempre en los mundiales se han producido desequilibrios. Incluso hasta dignos de ser caricaturizados como cuando en el Mundial de 1974 el equipo de Zaire no solo se llevó una goleada histórica ante Yugoslavia (9-0), sino que hasta dejó entrever ni siquiera conocer las reglas del juego cuando uno de sus jugadores, en un tiro libre marcado en favor de Brasil, salió de la barrera para quitar la pelota, antes de que la tocaran los brasileños (aunque muchos dicen que esa acción fue premeditada por la sentencia de muerte que había decretado el gobierno del país africano si es que perdían por más de cuatro goles de diferencia).
En el caso actual, por cierto, hasta ahora no se ha llegado a esas ridículas instancias, pero sí ha quedado claro que hay diferencias futbolísticas entre los equipos que, obviamente, amenazan lo más preciado que puede tener una Copa del Mundo: un mínimo de competitividad en todos los encuentros.
Qatar e Irán no han dado el ancho en ese sentido. En sus encuentros de estreno —ante Ecuador e Inglaterra, respectivamente— no solo perdieron, sino que dieron muestras de un desarrollo escaso de conceptos aplicados.
No es algo que haya que dejar pasar porque ambas escuadras, dentro de todo, representan de lo mejor que tiene el fútbol asiático actual. El dueño de casa es el actual campeón del continente mientras que los iraníes fueron, por lejos, los mejores en las eliminatorias continentales.
Pero eso no representó nada en sus partidos mundialistas. Ante sus rivales mostraron la fase más baja en términos de apuesta estratégica: aguantar en su zona y esperar aprovechar algún contraataque, y cortar el juego a base de faltas.
Es grave que acontezca eso. Y también puede ser una advertencia de lo que pasará a partir del próximo Mundial que organizarán Estados Unidos, Canadá y México en 2026 cuando se concrete esa pésima decisión de la FIFA de subir a 48 los participantes del torneo.
No hay que ser brujos para anticipar que ahí se verán más partidos del estilo de estos que se han observado en Qatar 2022. Por más que muchos equipos logren esforzada y hasta eficientemente su clasificación, seguro que varios estarán en la mayor justa del fútbol en calidad de invitados de piedra y solo serán material para sendas goleadas.
Una pena.
El mundo del fútbol no merece ese martirio.