En la introducción de un libro que Álvaro García Linera —ideólogo del expresidente Evo Morales— presentó en Chile en 2015, se dice que el autor es “uno de los más importantes intelectuales de América Latina” y que “Bolivia es uno de los más importantes centros generadores de teoría y conocimiento político en el mundo”.
A bote pronto, como dicen los españoles, me pareció un pelín exagerado. Sin embargo, una posterior columna del intelectual y exministro boliviano Manfred Kempff me dijo que algo de cierto había. Asombrado por lo hondo que había calado en la Convención Constituyente el discurso indigenista boliviano, Kempff afirmó que Morales quería indianizar Chile y transformarlo en un Estado plurinacional. Su predicción inmediata —factor que prueba la real capacidad de los cientistas sociales— fue que “ese proyecto de Constitución tiene que pasar por un plebiscito y, con seguridad, la racionalidad de los chilenos lo va a rechazar” (diario Los Tiempos, 21.07.2022).
Vale la pena meditarlo pues, desde el primer gobierno de Michelle Bachelet, nos hemos concentrado en el pensamiento de Morales y su ideólogo, para quienes el Tratado de 1904 estaría muerto y así lo instalaron, en estilo normativo, en la Constitución boliviana de 2009. Ignoramos, por tanto, a las bolivianas(os) que asumen la complejidad trilateral del estatuto jurídico que finiquitó la guerra del Pacífico, reconocen la validez vinculante de los tratados de 1904 y 1929 y sospecharon desde un principio de qué iba la plurinacionalidad.
Entre esos bolivianos están los expresidentes, Eduardo Rodríguez Veltzé, también expresidente de la Corte Suprema, y Carlos Mesa Gisbert, historiador y periodista. Para el primero, el concepto de democracia se torna complejo “cuando, por la propia Constitución, ‘el pueblo' consiste en una pluralidad de pueblos, naciones precoloniales y pueblos indígenas con diferentes derechos dentro de un mismo Estado constituido” (revista Realidad y Perspectivas N° 104, de abril de este año). El segundo, consultado por este servidor, se manifestó sorprendido de que el Estado plurinacional de Bolivia inspirara la propuesta constitucional chilena. Agregó que, “afortunadamente, el rechazo cortó esa idea que, si en Bolivia es debatible, en Chile no parece tener sentido”.
Tal vez por desconocer ese sector de la bolivianidad o por una presunta afinidad ideológica, el Presidente Gabriel Boric ha quedado expuesto al afán tutorial e intervencionista de Morales, cuya vocación de retorno al poder se vincula a la obtención de litoral marítimo soberano. A continuación, tres botones de muestra.
1. Ante la crítica del Presidente Boric a las espurias elecciones municipales en Nicaragua, recurrió en sus redes a la técnica de la amalgama. Lo acusó de haberse plegado a los ataques de la CIA contra Daniel Ortega, a semejanza del expresidente boliviano Jorge “Tuto” Quiroga, supuesto agente de los Estados Unidos.
2. Con motivo de la condena chilena a Rusia por su guerra contra Ucrania, Morales publicó en sus redes el siguiente mensaje: “Hno. Pdte. de Chile @gabrielboric condena lo que llama ‘invasión a Ucrania, violación de su soberanía y el uso ilegítimo de la fuerza' por parte de Rusia. Tengo confianza de que asumirá misma posición con relación a la invasión de 1879 y reafirmará su propuesta de Mar para Bolivia” (nótese que aquí acusa, de soslayo, una eventual propuesta de cesión marítima, argucia similar a las que intentara con la presidenta Bachelet).
3. Como colofón de esa racha intervencionista, su ideólogo García Linera vino a Chile la semana pasada, para reprochar a los convencionales mayoritarios por haberse dejado derrotar el 4-S. A su juicio, cometieron el error de enfrentar el tema “con buenos modales”. En esto fue coherente con sus elaboraciones —consumidas por Morales—, según las cuales estamos en una etapa de “guerra social total” y “ninguna Constitución es de consenso”.
Contrastando con nuestro silencio, cabe recordar el fracasado intento de montar en el Cusco, con la anuencia del Presidente Pedro Castillo, un evento plurinacional de pueblos originarios, bajo el logo Runasur. Tal iniciativa de Morales fue reventada por la dura denuncia de intervención en soberanía ajena, firmada por altos diplomáticos peruanos. Para estos, el propósito oculto de Runasur era obtener soberanía sobre litoral peruano, mediante una franja plurinacional aymara controlada por Bolivia.
Hoy, el Presidente Castillo está acusado (entre otros rubros) por “traición a la patria”. En cambio, aquí no captamos que, como alternativa a la derrota de su demanda ante la Corte de La Haya de 2018, la idea del expresidente Morales fue reventar el Tratado de 1929, que asegura la continuidad territorial entre Chile y el Perú.
Si es cierto que Dios protege a los inocentes, tenemos asegurado un buen vivir en el paraíso originario.
José Rodríguez Elizondo