Al terminar este recorrido, la mirada se vuelca al Calvario, donde Cristo revela la plenitud de la gloria de Dios, entregando su vida por amor en la cruz. Es la fiesta de Cristo Rey, donde se nos invita a descubrir que su realeza no es como la de este mundo. De hecho, el texto bíblico nos presenta la coronación del Señor, pero desde la cruz. En vez de ser en la sala de un palacio, esta coronación es en el Calvario; el trono, en vez de ser de oro, es una cruz de madera; la corona no es de piedras preciosas, sino de espinas. Y en vez de tener un cetro en sus manos para castigar e imponer su autoridad, se encuentra con los brazos abiertos, clavado a la cruz, acogiendo y amando a todos, partiendo por sus verdugos. En tres oportunidades los que lo rodean le insisten en que se salve a sí mismo, tentación que ya había tenido en el desierto al iniciar su ministerio público. Pero Jesús, coherente con su propuesta, responde amando hasta el extremo. Hasta el último momento, Jesús refleja cómo es nuestro Dios.
Contemplar el Calvario no solo nos muestra un Dios distinto al que muchas veces proyectamos, sino también un reino que es totalmente nuevo. Nosotros, desde nuestra mirada humana y mundana, hemos ido llenando el misterio de Dios de pompas y adornos que se alejan de lo presentado por el Evangelio.Hablamos del Reino de Dios, y lo rellenamos de tronos de oro, le queremos rendir tributos y ser sus siervos, sentimos que ejerce sobre nosotros un control y nos castiga cuando no cumplimos sus mandatos. Lo pensamos así, pues así son los reinos de este mundo.
Pero hasta el final, Cristo nos muestra que se trata de un reino distinto, opuesto a los del mundo. Se trata de un reino de justicia y de paz, como lo profetizó Isaías. Pero es una justicia distinta a la humana, donde no se le da a cada uno según lo que merece, sino que se les ofrece la salvación a todos. La paz no es consecuencia de cumplir unos mandatos, sino de experimentar el amor incondicional de Dios, que te ama no por lo que has hecho, sino porque eres su hijo . Es un reino de fraternidad, donde no competimos por acaparar el amor del Padre, ser los mejores o llegar los primeros, sino que nos esforzamos por caminar juntos, especialmente acogiendo a los que van más lento . Es un reino donde las diferencias no son una amenaza, sino complementos que nos enriquecen. Una sola ley es la que rige este reino: la ley de la caridad. Uno solo es el puesto en el que todos debemos estar: el del servicio. Todo el resto lo hemos inventado nosotros y lo único que hemos logrado es alejarnos de la propuesta de Cristo.
Por eso la necesidad de volver a Cristo y su Evangelio.
"Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino". Jesús le dijo: "De verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso".(Lc 23, 43)