Hablemos de los Estados Unidos. En particular, de los resultados de sus elecciones del 8 de noviembre, las famosas midterm elections. Al producirse en el medio del período presidencial, en ellas se evalúa la administración de turno. Las cosas pintaban mal para Joe Biden y su partido, pero el resultado fue otro. ¿Qué pasó?
Las malas cifras económicas auguraban una derrota estrepitosa para el oficialismo demócrata. La inflación alcanzaba un récord de 8,2% anual (era un 1,4% el 2020), con el precio del combustible aumentando casi un 80% en 24 meses y el de los alimentos también escalando con fuerza. Por otra parte, las tasas de interés de los créditos hipotecarios se habían casi triplicado en un abrir y cerrar de ojos, la creación de empleo mostraba señales de enfriamiento, los salarios reales habían caído en 10 de los últimos 12 meses y las probabilidades de una recesión para el 2023 no paraban de subir. A esto se agregaba el alza en la delincuencia en importantes ciudades del país. Un festín para cualquier oposición.
La historia tampoco ayudaba a Biden. En las primeras elecciones de medio término de un presidente (recuerde que se pueden reelegir), el oficialismo típicamente corre con desventaja: Clinton perdió 52 escaños en la Cámara de Representantes el 94, Obama 63 el 2010 y Trump 40 el 2018. La debacle entonces parecía inminente.
¿El resultado de la elección? En contra de los pronósticos, los demócratas mantuvieron su mayoría en el Senado (el margen final dependerá de la segunda vuelta en Georgia) y la ventaja republicana en la Cámara es tan pequeña (218 vs. 212), que ofrece oportunidades para negociar. En la elección de gobernadores, los demócratas también aumentaron su presencia (sumaron dos). No se produjo entonces el desastre del oficialismo. Sí un terremoto para la oposición.
Y en el epicentro se encuentra Donald Trump. Aprovechando su influencia dentro del Partido Republicano, que incluyó la selección de muchos candidatos, el expresidente veía en estas elecciones una oportunidad para asegurar la pole position en la próxima presidencial. La derrota, por supuesto, le aguó el plan. Sus elegidos perdieron en casi todas las contiendas. De ahí que Ron DeSantis, el joven y hábil gobernador republicano reelecto en Florida, esté hoy mejor posicionado que Trump en la antesala de la carrera a la Casa Blanca del 2024.
Ahora, si los datos económicos eran malos y la delincuencia captaba portadas, ¿cómo los republicanos se farrearon la oportunidad? Es cierto que no les ayudó la decisión de la Corte Suprema que en junio dejó en manos de cada estado la legalidad del aborto. Sin embargo, dado al tamaño y extensión territorial de la derrota, debe haber más.
Aquí otra posibilidad: el votante mediano simplemente se cansó del caudillismo impulsado desde el ala más radical del Partido Republicano, privilegiando liderazgos más centrados y preocupados del destino del país. Es que los resultados del pasado 8 de noviembre sugieren que la sociedad estadounidense optó más por el pragmatismo que la experimentación, por la unidad que la división. Es noticia en desarrollo, pero de comprobarse, sería un hecho que merece gran atención.