Durante los créditos, fotos de familia: una pareja con dos hijos, alegre, optimista, luminosa. En seguida, el presente: el abogado de Anne Lemesle (Sandrine Kiberlain) expone las exigencias para el divorcio de su marido, Philippe (Vincent Lindon), bastante duras para su patrimonio. Anne está complicada: sus defensores legales son más duros de lo que desearía.
El hogar se desploma tras los siete años en que Philippe ha sido ejecutivo de la transnacional Elsonn, especialista en electrodomésticos, con base en la región de Nouvelle-Aquitaine. Pero esto pasa a ser secundario cuando Philippe recibe la orden, transmitida por la CEO francesa de Elsonn, Clara Bonnet-Guérin (Marie Drucker), de reducir en un 10% el personal de sus fábricas en las siguientes ocho semanas.
Esta es la segunda ola de despidos en dos años. Los ejecutivos que forman el equipo de Philippe se dividen entre los que creen que las fábricas no serán viables con menos gente y los que piensan que no es realista oponerse a las órdenes que llegan desde la casa matriz. Philippe se ve atrapado entre esas posiciones, sus compromisos con los sindicatos para mantener la plantilla y lo que considera moralmente correcto. Como salida, elabora una propuesta angustiosa: suspender los bonos de los ejecutivos durante un año para compensar el gasto laboral. Con eso debe enfrentar a su jefa directa, Clara, y al CEO de la casa matriz, el rudo y distante Mr. Cooper (Jerry Hicker).
Este es el noveno largometraje del cineasta Stéphane Brizé y forma una especie de díptico con una cinta anterior, En guerra, donde un ejecutivo se une a los sindicatos para detener mediante la huelga una ola de despidos, también con el protagonismo de su actor favorito, Vincent Lindon. Los problemas del trabajo forman una tendencia dentro del cine francés contemporáneo, siempre asociados a la confrontación entre un mercado implacable y el valor de la solidaridad. Hay un cierto moralismo en el trasfondo de tales películas, que se inclina por traducir las decisiones económicas —buenas o malas— en términos de disyuntivas éticas, que separan a los individuos de sus propias opciones profesionales.
Lo que distingue a Brizé es un esfuerzo por tratar esos momentos de decisión con seriedad y sin caricaturas, aunque parece asumir que algún grado de simplificación es inevitable. En Un mundo nuevo, el cruce entre la crisis laboral y el desmoronamiento del matrimonio es algo desproporcionado, pero funciona como el marco de la tormenta de encrucijadas que enfrenta Philippe, protagonista indisputado del relato. Toda la película gira en torno a su empeño por conservar su sentido de la integridad y su posición de líder industrial. El relato se cuida de progresar junto con el estrechamiento de sus opciones. Es, en eso, una película eficiente, más traslúcida de lo que se está llevando.