Señor Director:

Esta semana se confirmó que ya somos ocho mil millones de habitantes en el mundo y, además del desafío ambiental que significa, queda claro que tratar de conectar con audiencias, consumidores y públicos de interés es ocho mil millones de veces más difícil. Esto es una paradoja, pues los avances tecnológicos y la globalización nos hacen creer que estamos más conectados que nunca: la omnipresencia digital nos habla de millones de impresiones y de costos por contacto tan bajos que pareciera que “tocar” a todos hoy es posible.

La premisa es: con más datos se pueden minimizar los riesgos. El plebiscito constitucional de septiembre pasado nos demostró que los datos son fácilmente desechables cuando crece, en este caso, el número de votantes: la sorpresa estuvo justamente dada por la participación de este proceso. Es claro que los data scientists, sus algoritmos, y la inteligencia artificial aún no logran entender lo que siente cada persona en las redes, en los medios digitales o al interior de las bases de datos.

Tenemos más data que conocimiento de las personas; la pandemia nos enseñó que cada persona es un mundo en sí mismo, y que más importante que los datos es el sentido social, la capacidad de empatizar y lograr hablar con ocho mil millones de personas.

Ricardo Aros C.
Jonás Preller