Estaba nublado y húmedo Santiago de Chile, era junio de 1976, y sábado, día 5.
La cancha, después dijeron los jugadores, barrosa y pesada.
Julio Núñez, nacido en la brava población San Gregorio, en la Granja, se había hecho profesional en el sur del país, por Ñublense y Green Cross de Temuco, pero ahora era de Everton de Viña del Mar, para un partido en el Estadio Nacional y frente a Colo Colo.
Everton, al final de 1976, cuando fue campeón y contando las definiciones con Unión Española, jugó 36 partidos, y Núñez estuvo en 35, nada menos, porque era un lateral izquierdo duro y batallador. Pelo largo, un poco hippie, pero serio y preocupado a la hora de marcar y jugar. Un hombre irrompible.
Cuando ya iba bien entrado el segundo tiempo, cobraron tiro libre a favor de los albos. En una zona pegada a la tribuna Andes, hacia el arco norte y a unos 40 metros del arco, por lo bajo, a lo mejor fueron más.
En el pórtico de Everton un brasileño, Rafael Grillo, alto y musculoso, tipo modelo universal, pelo negro y además ensortijado. Un Tarzán.
Nuñez miró al uruguayo Ángel Brunell y al otro central, Guillermo Azócar, pero también pensó en pedirle apoyo a Mario Salinas y a Jorge Américo Spedaletti. Y a Erasmo Zúñiga, por supuesto. Así que “Mono”, “Monito”, ven para acá: para la barrera.
—“Nao e necessario”.
Núñez escuchó el comentario a lo lejos, ya está dicho que era una día nublado, y preguntó lo habitual en estos casos:
—“¿Aaahh?”
—“Nao barreira”, dijo Rafael Grillo y repitió: “Nao e necessario”.
Los chilenos se miraron entre sí. No se sabe a quién miró Brunell, Y desde la banca, Chicomito Martínez, observaba incrédulo y descreído, porque así era, en esos tiempos.
Julio Núñez, con calma y educación, entregó argumentos de peso: conocía al que iba a disparar, era zurdo, jugaron juntos en Green Cross y le pegaba como mula.
—“Nao e necessario”.
Núñez tenía más y mejores razones. Lo conocía, eran amigos, compadres y hasta le había presentado a su señora, pero vamos a la cancha: mula en portugués se escribe mula, y fuerte es “forte”. Le pega como trueno, el tiro es de relámpago y hay que hacer barrera.
—“Nao es necessario”.
Chicomito Martínez, desde la banca, redondeaba la que ya venía pensando: es medio huevón.
Fue gol, por supuesto.
Desde 40 metros y más.
La pelota en el aire se hizo curva y entró como lanzada desde una catapulta, cayó del cielo, pesada como roca y rápida como rayo. El que tiró, el colocolino y puntero izquierdo Juan Carlos Orellana, llamado el ‘Zurdo de Barrancas', se murió en la semana recién pasada y a los 67 años.
Gran jugador.
Igual que Julio Núñez, que vive en Quilpué y junto a Erasmo Zúñiga lideran la Agrupación de “Ex Jugadores de Everton”.
La pregunta inevitable, después de casi medio siglo de los hechos, es la siguiente: ¿Qué habría pasado si el brasileño Rafael Grillo, escucha, entra en razón, hace caso y construye la barrera?
La respuesta la sabemos todos: Orellana la mete igual.
Que en paz descanse.