Hermosa palabra. Viene del latín “halare”, verbo que significa “soplar” o “respirar”. En la respiración, al intercambiar los gases que entran y salen, el hálito corresponde al aliento que por la boca se emite. Todo ser humano, mientras esté vivo, tiene hálito. Se habla de “hálito de vida”, y quizás recuerde usted cómo en las películas antiguas se solía colocar un espejo frente al rostro para esperar el empañamiento cuya presencia señalaba la vida o cuya ausencia acusaba la muerte. También en la fría atmósfera de invierno, el hálito tibio y humedecido se hace visible, pareciendo que saliera por nuestra boca una fumarola nebulosa. Por cierto que ese vapor viene acompañado de olores permanentes —puede llegar a ser una desagradable enfermedad— o transitorios, que se perciben cuando la nariz ajena se acerca de modo suficiente a la fuente de emisión. Hay hálitos de suave perfume que se anhelan y los hay más bien desagradables e ignominiosos, como el del ajo, del cigarrillo o del alcohol, que el portador intenta espantar inútilmente a manotazos.
En la semana, el supuesto “hálito alcohólico” de un parlamentario me atrajo hasta esta palabra y como un hálito del pensamiento me pregunté metafóricamente: ¿cómo será el hálito del Congreso?
Los ciudadanos, al decir de todas las encuestas, lo huelen mal. ¿Es solo una injusta señal que no corresponde con los hechos? Se equivocan quienes piensan que ese mal aparecer se debe a actos aislados de indisciplina de sus miembros que bastaría corregir; más bien, pienso, se relaciona con la esencia de esa respiración suya tan importante: el legislar. Si la ingesta en este sentido puede ser llamada “irrelevancia”, su hálito seguirá siendo malo. Mientras no se perciba al Congreso como activo en la dictación de leyes —de auténticas y buenas leyes, no de bonos populistas disfrazados de leyes— que afecten dimensiones fundamentales de la vida social, su labor semejará a una frívola borrachera en la que muchos proyectos apenas entran en su ámbito parecen caer en una muelle duermevela o en una enmarañada deliberación. Esta irrelevancia puede obedecer a múltiples factores, entre ellos la ignorancia de la verdadera naturaleza de una ley y, por lo mismo, de un legislar que tiende a sustituirse por una suerte de irresponsable gobernar. El problema puede tener su origen en la estructura institucional y en el modo en que constitucionalmente se encuentra diseñado el proceso legislativo tanto en el mismo Congreso como en su relación con el Presidente de la República, el colegislador. Una reforma constitucional que mejore la fluidez, eficacia y calidad sería muy beneficiosa, aunque es un impedimento no menor, como se ha visto, que el principal involucrado sea el mismo que padece de mal hálito.