El fútbol chileno tiene un mal endémico desde que nació: su administración ha sido siempre el resultado de prevalencias políticas personalistas y no la consecuencia del convencimiento de un proyecto sobre otro.
A fines del siglo XIX, cuando recién el fútbol estaba desembarcando en los puertos y llegando tibiamente al resto de Chile, las discusiones se centraban en quién era el legítimo dueño del poder. ¿Los ingleses que lo introdujeron o los chilenos que lo popularizaron? ¿Los que vivían en Valparaíso, por donde entró mayoritariamente, o los habitantes de Santiago, la capital y eje del país?
Luego, la lucha por la gobernabilidad la animaron quienes pensaban que el profesionalismo era una aberración a los conceptos más prístinos del deporte y los que sostenían que el progreso suponía la entrega de incentivos monetarios.
Con el correr de los años, se avanzó poco en eso.
Salvo visiones muy particulares que hoy parecen hasta románticas, como las que lograron imponer Juan Goñi, Carlos Dittborn, Juan Pinto Durán y Ernesto Alvear para la Copa del Mundo de 1962, y la de Nicolás Abumohor a principios de los 70 cuando intentó realizar un proceso serio de transformación tras una crisis que parecía terminal, el control administrativo del fútbol chileno se ha basado en dos aspectos: el intento de llevar a cabo un proceso futbolístico que clasifique a Chile a la Copa del Mundo (lo que es visto como sinónimo de éxito de una gestión) y el personalismo para imponer “soluciones de fondo” que nunca han prosperado.
Jamás hubo proyectos de desarrollo a largo plazo, solo objetivos de corto alcance.
Y lógicamente el panorama no ha cambiado para estas elecciones de la ANFP. Las tres listas, lideradas por el actual timonel, Pablo Milad; el excontrolador de Audax Italiano, Lorenzo Antillo; y el expresidente y accionista de Palestino Fernando Aguad han puesto sobre la mesa un listado de “buenas intenciones”, pero sin preocupación por la proyección de una actividad decadente y crítica: hoy el fútbol chileno sobrevive gracias al sostén de sus contratos televisivos, pero carece de competitividad, de organización y de planes sustentables que por lo menos le otorguen la posibilidad de creer en un futuro mejor.
Los discursos son vacíos, irrelevantes e intelectualmente mediocres.
Decir que se separará la ANFP de la Federación de Fútbol sin señalar un cronograma y un plan de acción, o señalar que se atacará a fondo el tema de violencia en los estadios sin anunciar medidas concretas, hace que todo sea imaginario, poco creíble. Se presentan como candidatos y votantes poco preocupados del desarrollo real del fútbol chileno. Por eso da más o menos lo mismo el ganador.
La actividad parece no detener su rumbo firme y seguro hacia el descalabro.