El evangelio de este domingo nos presenta la figura del inquieto Zaqueo. Él es un publicano, es decir, recaudador de impuesto. Era una persona exitosa, y era rico. Sin embargo, hay en él una inquietud que no ha logrado satisfacer. De alguna manera, podemos pensar que ha intentado resolver esa inquietud bebiendo de distintos pozos, pero vuelve una y otra vez a tener sed. Por eso quiere conocer a Jesús, su identidad: tal vez Él puede saciar su inquietud interior.
A nosotros nos sucede lo mismo. Queremos el éxito, la salud, la estabilidad, pero todos esos son pozos que se terminan secando. Siempre faltan cosas por tener, o títulos por lograr. Pero sobre todo, siempre nos falta la alegría y la paz interior y vivimos con la sensación de que la vida misma es para más . No hay nada externo que pueda llenar totalmente nuestro corazón. Todos tenemos una inquietud interior, y lo que la provoca es nuestra necesidad de Dios. Como dice el sabio Qohelet: "Dios ha puesto en el corazón del hombre el infinito". Por eso Zaqueo, y también nosotros, quiere ver y conocer a Jesús.
Zaqueo, resuelto en esa búsqueda interior, sube a un árbol para superar el obstáculo que le significaba la multitud. Son muchas las presiones sociales, la misma mentalidad del mundo, que te exigen pensar como el resto, hacer lo que todos hacen, recorrer el camino de las masas y que te obligan a adaptarte. Pero si quieres encontrar a Cristo, como Zaqueo, hay que desprenderse de esa multitud, hay que encontrar otra perspectiva que la de la multitud y no adecuarse sin más a las masas.
Entonces suceden cosas muy sorprendentes que nos van develando el rostro de Dios en Jesús. Lo primero, Jesús desde abajo eleva la mirada buscándolo a Él. Pero cómo, si siempre nos han dicho que es el hombre quien busca a Dios. Pero acá Lucas nos muestra que es Dios mismo quien busca al hombre, tiene necesidad de nosotros. Y esto es porque así es el amor, que genera la necesidad por el amado. Nosotros tenemos la imagen falsa de que tenemos un Dios al que le gusta que le sirvan, pero Cristo nos muestra un Dios que sirve al hombre.
Una segunda sorpresa es que cada vez que aparece una persona necesitada, y también un pecador, la mirada de Cristo se vuelca inmediatamente hacia ella. Nosotros tendemos a mirar primero a los que son importantes, a los que influyen, a los fuertes. Pero nuestro Dios se fija especialmente en el que necesita de su amor. Y, lejos de ver su pecado, ve la parte buena de la persona. Dios no ve el mal en ti, sino que ve todo lo bueno que hay en ti. Tan distinto a lo que vemos en nuestra sociedad, donde todos critican a todos, donde solo vemos el mal que hay en el otro, lo que le falta, no lo que tiene . Dios no mira nuestro pasado, sino que nos abre la posibilidad de un futuro. Esa es la mirada de Cristo sobre Zaqueo y también sobre cada uno de nosotros.
Y vemos que esto cambió totalmente la vida de Zaqueo. Al acoger este amor gratuito de Dios, Zaqueo se puso de pie, como un hombre nuevo, y comienza a ver en seguida en torno a sí a los que pasan necesidades, con quienes comparte la mitad de sus bienes. Antes no los veía. Pero cuando acoge a Jesús en su vida, se contagia con su mirada. Esta es la salvación: se deja implicar en la gratuidad del amor de Dios. Por eso, hay un antes y un después cuando Cristo entra en nuestra vida.
Y Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido".(San Lucas 19, 10)