Una sociedad que busca mayores niveles de justicia intentará igualar los puntos de partida para que sus integrantes crezcan libres y desigualmente hacia los puntos de llegada (L. Einaudi). Como sabemos, un niño que nace en una familia vulnerable no está expuesto a las mismas condiciones culturales, ambientales y económicas que uno cuya realidad es más aventajada. Por ello, debemos organizarnos como sociedad para que las personas puedan razonablemente vivir la vida que quieren escoger para sí y así aspirar a un orden social más deseable.
Este espacio es limitado para explorar todas las dimensiones del problema, pero me detendré en el esfuerzo y mérito como motores de movilidad social. Quienes valoramos la responsabilidad y perseverancia consideramos que el acento debe ponerse en generar las condiciones para que el punto de inicio de la carrera sea más equitativo buscando que la consecuente competencia también lo sea. Pero no estamos por eliminar la competencia, pues permite la autosuperación. Si esa fuera la solución, una sociedad más justa sería incompatible con el reconocimiento al esfuerzo individual, lo que no hace sentido. La izquierda progresista, en cambio, la consideraría inaceptable. Generar condiciones más equitativas supone eliminar la competencia, pues a ella se llega predeterminado por los desniveles sociales originales haciéndola indefectiblemente injusta. Bajo esa premisa, políticas públicas que premien el mérito deben descartarse, incluyendo los espacios educativos que lo promueven. La pregunta es si esa fórmula, que ya se implementa en parte, termina por igualar hacia arriba o hacia abajo.
Si revisamos la experiencia nacional, advertiremos que la educación de excelencia, destinada no solo a una élite socioeconómica, sino a quienes cuyo esfuerzo y dedicación los destacara por sobre el resto, es una herramienta de movilidad social. El Instituto Nacional, en sus mejores tiempos, antes de su captura por la violencia y desidia de los gobernantes, es prueba de ello. Permitió, usando la selección por excelencia académica, democratizar el acceso a los principales cargos de responsabilidad institucional, aunque sea en alguna medida (T. Santolin), y generó una élite más diversa y menos autoperpetuante.
Los Liceos Bicentenario de Excelencia (LBE) se concibieron como una forma adicional de contribuir a mejorar la calidad de la educación media municipal y como puente para que estudiantes destacados de la educación subvencionada accedieran a una buena formación que les permitiera llegar a la educación superior, con mayor desconcentración territorial de la educación de calidad (Libertad y Desarrollo, 2010). Hoy existe una red de 320 LBE, en las 16 regiones de nuestro país, alcanzando a 250 mil jóvenes. Un estudio de Acción Educar (agosto 2022) para el período analizado (2010-2014) muestra que las familias los valoran: más de la mitad de los LBE se encuentran en el 10% superior de preferencias del Sistema de Admisión Escolar. En la prueba estandarizada de Lenguaje están sustantivamente por sobre el rendimiento de los liceos emblemáticos y demás establecimientos subvencionados, y en la de Matemática mantienen una diferencia significativa respecto del resto de los establecimientos que reciben financiamiento estatal. Además, los alumnos egresados de LBE al año 2018 presentan mejores tasas de acceso a la educación superior. Evidentemente, solos no son suficientes para lograr integralmente mayor justicia social, pero son un gran paso para que jóvenes menos aventajados accedan a oportunidades y esferas de influencia.
El Presidente, en el encuentro anual de la Sofofa, parecía un hombre capaz de entenderlo. Más aun considerando que en otras ocasiones y tono se ha referido a la desigualdad, la importancia de democratizar los espacios y, a través de sus ministros y jefes de servicio del área económica, que se produzcan transferencias tecnológicas y científicas a jóvenes chilenos preparados que puedan aplicarlas en nuestra nación. Ese Presidente pareciera no querer empobrecer a las nuevas generaciones que claman por mejores oportunidades, menos sin un plan B comparable, ni someterlas a dudosos experimentos (fallidos en otras latitudes) propuestos por acomodadas élites de países desarrollados y que tienen a Chile de pipeta. Sin embargo, también ese Presidente dio el visto bueno al recorte presupuestario de los LBE y es fiel seguidor de Mazzucato e Iglesias, que quieren probar sus tesis con nosotros y publicar libros, sin cifras, pero con mucha política, recorriendo el mundo a costa nuestra. Y mientras el Presidente decide cuál Presidente gobernará, las futuras generaciones serán empobrecidas.