Stefan Zweig (1881-1942), aunque fue uno de los autores más leídos a lo largo de la primera mitad del siglo pasado, es hoy una figura poco difundida. Su producción es asombrosa e incluye incontables novelas —Ardiente secreto, Carta a una desconocida, Noche fantástica, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, La piedad peligrosa, entre otras—, así como poemas, piezas para el teatro y biografías muy divulgadas, tales como aquellas concebidas a propósito de María Antonieta, María Estuardo o Hernando de Magallanes.
El misterio de la creación artística, un volumen de 16 ensayos nuevamente traducidos por una emergente casa editora chilena, abarca a los más diversos creadores y temas, tales como la extensa disertación dada en Buenos Aires, en 1940, que es el título de la compilación y se interna en los más sofisticados laberintos que indagan en las mentes de múltiples genios, hombres y mujeres, o profundas reflexiones en torno a figuras ignoradas por nosotros —como la escultora rusa Teresa Fiodorovich Ries—, o bien echa vistazos a personajes mucho más conocidos, tales como Honoré de Balzac, Gustav Mahler, Marcel Proust, Arturo Toscanini o Charles Dickens.
“Desde su colosal cuerpo, nos encontraremos admirados ante un fenómeno sin igual. Vista desde este ángulo, su figura deja de parecernos un fenómeno literario para transformarse en un fenómeno natural, como la erupción de un volcán, como la incesante caída de una cascada que se alimenta eternamente a sí misma, y es posible comprender en su ejemplo, por primera vez en un sentido literal, el adjetivo de fantasía ‘inagotable'”, expone Zweig en “Los libros subterráneos de Balzac”, una muy intensa indagación en la forma que tenía Balzac de trabajar y en la pesadilla que, para tipógrafos y editores, constituía la labor de preparar textos que Balzac revisaba y corregía, no una ni diez veces, sino cientos de veces. Esto, desde luego es un mentís absoluto para quienes sostienen, o siguen sosteniendo, que Balzac fue un prosista descuidado.
Distinto es el caso de Charles Dickens, quien ni siquiera se molestaba en releer sus textos y al cual Zweig dedica agudas y un tanto cáusticas observaciones. O el de Romain Rolland, otro narrador hoy pasado por alto, quien dictaba sus libros, al igual que lo hacían grandes literatos rusos, como Tolstói, Dostoievski o Turgueniev.
Zweig poseyó una inmensa sensibilidad musical y las secciones consagradas a Mahler son en extremo decidoras: con un talento más intenso que el que muestran los críticos musicales de hoy, Zweig, en un artículo publicado en 1915, cuando Mahler era solo un director de orquesta renombrado, dice: “Para nosotros, para una generación completa, Mahler fue más que un músico o un maestro o un conductor de vastas masas sonoras y de hecho, fue mucho más que un artista: fue aquel elemento inolvidable de nuestra juventud. Y ser joven significa, en última instancia, estar a la espera de algo extraordinario”.
El resto de El misterio de la creación artística aporta conmovedoras contribuciones sobre Friedrich Nietzsche y su madre, la cual jamás pudo convencerse de que el pensador más brillante de su época estuviera loco sin remedio. Elisabeth, la Mater Dolorosa de este emocionante pasaje, apenas sabía leer, era profundamente religiosa y tampoco pudo entender cómo un joven formado en la estricta ética protestante, fuese ateo.
Otros ensayos notables son los que Zweig destina a Rilke, ante el féretro de Sigmund Freud o al gran narrador E. T. A. Hoffmann. En suma, la publicación de este tomo es un completo acierto.
EL MISTERIO DE LA CREACIÓN ARTÍSTICA
Stefan Zweig
La Pollera, Santiago, 223 páginas, $13.900.
ENSAYO