Es distinto sentir miedo ante tal o cual circunstancia que nos amenaza a estar instalados en el miedo.
Mientras en la primera situación el miedo se puede disolver cuando la circunstancia amenazante ocurre o se esfuma, el vivir con miedo es un estado de temor que, al no obedecer a una circunstancia específica y concreta, es muy difícil de remover y conduce a conductas irracionales. En una película de Akira Kurosawa —traducida como “Vivir con miedo”—, filmada a diez años de la devastación de Hiroshima y Nagasaki, el protagonista, el señor Nakajima, un viejo industrial del carbón, padece de pronto de un miedo insuperable, vive con un miedo que no puede conjurar porque no depende en absoluto de él, el temor proyectado a la amenaza invisible de la radiación nuclear; en consecuencia, se empeña en vender todos sus bienes para emigrar a Brasil, decisión que es rechazada por su familia, la cual solicita su interdicción por demencia.
Creo que Chile está hace rato instalado en un miedo de esta naturaleza que, por lo mismo, no depende de que los datos de victimización desciendan o asciendan. No es simple temor. El hecho es el miedo desencadenado, ese es el dato esencial: vivimos en el miedo. Esa enfermedad social es de primera relevancia.
“La única pasión de mi vida ha sido el miedo”, señala la célebre cita de T. Hobbes, uno de los pensadores más poderosos de lo político. Hobbes razona a contracorriente de una tradición en que el miedo es uno de los afectos más despreciados e inconfesables en Occidente: pero, al revés, es imprescindible pensar el miedo en vez de tildarlo simplemente de irracional, asistir a su autonomía frente a los hechos, hurgar en sus intersticios para aprender de él y acaso conjurarlo.
Nakajima siente miedo, miedo cerval (que es la máxima intensidad del miedo), pero no horror, porque el horror paraliza, y el señor Nakajima se mueve, quiere huir y huir planificada y conscientemente: “Acepto el concepto de muerte, pero no el ser asesinado”, señala. Angustiado, terco, sin discurso verbal que lo sustente ni que se pueda refutar, parece que el señor Nakajima, aunque sea a partir de su insensatez, estuviese señalando hacia una amenaza poderosa, y deriva las conclusiones perfectamente proporcionadas a la medida de esa amenaza. El miedo lo yergue, lo configura. No obstante que el miedo de Nakajima es interpretado por la sociedad de su época como locura, su actitud apunta a un desamparo fundamental. El desamparo emerge cuando de un lado la víctima no puede defenderse y, por el otro, no existe alguien que la defienda. El miedo cerval, el vivir con miedo es el resultado de una percepción de desamparo. El señor Nakajima se sentía así.
Pedro Gandolfo