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Editorial
Sábado 29 de octubre de 2022
¿Crisis terminal?
''La Democracia Cristiana arriesga quedar al borde de la irrelevancia''.
Los senadores Ximena Rincón y Matías Walker oficializaron este jueves su renuncia a la Democracia Cristiana (DC). Poco antes lo había hecho el gobernador de Los Lagos, Patricio Vallespín, y semanas atrás, el de la Región Metropolitana, Claudio Orrego. Otro contingente de figuras abandonó la colectividad luego del plebiscito, para incorporarse a Amarillos. De este modo, la DC, que fuera el partido más importante en la vuelta a la democracia, cuando encabezó sucesivamente dos gobiernos, se halla sumida hoy en una crisis que amenaza con dejarla al borde de la irrelevancia. Desde ya, sus bancadas de diputados y senadores son las más exiguas que haya tenido en 30 años.
Rincón y Walker —quienes evalúan crear un nuevo partido político— se encontraban distanciados de la cúpula falangista desde la campaña plebiscitaria, cuando se jugaron decididamente por el Rechazo. Ha sido precisamente ese referéndum el hito definitorio de esta crisis, al haber dividido profundamente a la colectividad, a sus parlamentarios y a la militancia. Así, el empecinamiento de quienes controlan el aparato partidario por alinear al falangismo con el Apruebo terminó agudizando los problemas que desde hacía ya mucho arrastraba la DC y acelerando su declive.
En esta decadencia inciden diversos factores, partiendo por un contexto general adverso. Los partidos democratacristianos han perdido relevancia en el mundo, lo que ha ido de la mano de la pérdida de protagonismo de la Iglesia Católica y del fin de la Guerra Fría, período en el que se habían proyectado como una alternativa a la amenaza comunista. Hoy, en los lugares en que aún la DC goza de buena salud, se trata en general de conglomerados de centroderecha, como la CDU alemana.
Un segundo elemento es la crisis política que vive Chile y que golpea a casi todos los partidos, agudizada por un sistema electoral que incentiva el fraccionamiento. En este escenario, los costos de abandonar una colectividad son bajos. Este problema, por cierto, trasciende a la DC, y su efecto es la multiplicación de partidos que hoy caracteriza nuestro paisaje político y que es también un lastre para la gobernabilidad.
En el caso del falangismo, sin embargo, aparte de los factores de contexto, el elemento determinante ha sido una conducción que ha desdibujado casi por completo su identidad, alejándola del centro y de una parte significativa de sus votantes. Un hito fue su alianza con los comunistas en 2013 para conformar la Nueva Mayoría. Luego, tras el estallido de 2019, algunos de sus parlamentarios asumieron posiciones casi indistinguibles de la izquierda radical, al punto de suscribir incluso el proyecto de indulto para los “presos de la revuelta”. Esos mismos sectores, que son los que hoy manejan la DC, al haber impulsado a rajatabla la postura de apoyo a un proyecto constitucional radicalizado, pueden —a ojos de muchos— haber puesto una lápida casi definitiva a un partido histórico. En este sentido, la actual resistencia de sus diputados a votar por una parlamentaria comunista para presidir la Cámara puede constituir tanto un intento de rectificación como un gesto de supervivencia.