Esta semana ha acontecido el tercer aniversario del estallido social de 2019, con el que se dio inicio, violentamente, en nuestro querido Chile, a un proceso intenso de movilizaciones y transformaciones sociales y políticas, que aún no termina. Este octubre, tres años después, nos encuentra en un contexto completamente distinto: cambió hace meses el gobierno y culminó ya una primera etapa del itinerario de renovación de la Constitución, con el triunfo del rechazo. Se está configurando un nuevo Chile, con nuevos actores, nuevos partidos y también con algunos nuevos dolores y necesidades que atender. Hemos pasado por ahora la etapa más crítica de la pandemia. Nos encontramos en medio de una crisis económica asociada a la alta inflación. Y se otea en el horizonte una recesión que esperamos no dure mucho tiempo.
El texto del Evangelio según san Lucas que proclamamos hoy, nos presenta a dos personas creyentes con actitudes radicalmente distintas. Por un lado se encuentra la soberbia, la autosuficiencia y el apego rígido a las tradiciones y la ley, y como guinda de la torta, el mirar en menos a los demás: el fariseo. Por el otro, la fecunda humildad de quien se sabe frágil, limitado, pecador y así se sitúa ante sí mismo, ante la vida, ante Dios, ante los demás: el publicano. Durante estos días hemos leído y escuchado distintas aproximaciones a la comprensión de las diversas crisis que hemos enfrentado: ninguna de ellas basta, necesitamos seguir encontrándonos, escucharnos y conversar. Urge desterrar la violencia y la destrucción, que solo hacen daño.
Esta semana ha sido también el aniversario 78° del Hogar de Cristo. Es este siempre un cumpleaños un tanto curioso: no se trata de recordar el hito de la primera piedra o del corte de cinta en su primer edificio, ni de la redacción de estatutos que le dieran personalidad jurídica. ¡Se trata de conmemorar un par de encuentros muy fecundos! El primero, muy conocido, el del padre Hurtado con un mendigo que hervía en fiebre y pedía una moneda para pagar un albergue. Y en el que reconoció al mismísimo Cristo que le pedía auxilio. El segundo encuentro, el del mismo padre Hurtado que, profundamente conmovido, compartió con un grupo de mujeres lo que había experimentado el día anterior. Y entonces, en la escucha, el encuentro, la conversación, brotaron las ideas y los ¡manos a la obra!
En los breves años en que el padre Hurtado pudo ver en vida el desarrollo del Hogar, mantuvo una apertura a los dolores y necesidades de las personas y comunidades con las que compartía: eso era siempre lo primero a considerar para corregir el rumbo. Y para mejor acertar en las respuestas, se propuso aprender de lo que otros países hacían para responder a los mismos dolores y necesidades. Otro rasgo que lo caracterizó fue el de contar con personas muy distintas, expertas en las más distintas materias, todas ellas de buena voluntad y corazón generoso, para pedirles ayuda en lo que él no podía resolver por sí mismo. Nadie se basta a sí mismo. Junto con seguir el camino del publicano que con humildad se situaba delante de la vida, de Dios, de los demás, sigamos también —personas, autoridades, organizaciones, comunidades— los pasos de este padre de la patria que sigue teniendo mucho que decir y ofrecer, a pesar de que han pasado tantos años desde su muerte. Aprendamos de su humildad fecunda.
“El publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: ‘¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'”.
(Lc. 18, 13)