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Editorial
Viernes 21 de octubre de 2022
Caótica inestabilidad en Gran Bretaña
Sin programa, abandonada por militantes y parlamentarios, incapaz de exhibir logros, no sorprendió la fría renuncia de Truss.
Insostenible se tornó la permanencia de la Primera Ministra británica, Liz Truss. Ayer se vio forzada a renunciar ante los significativos daños causados por falta de apoyo a su malogrado plan para, supuestamente, impulsar el crecimiento de una economía estancada. Su programa culminó contradiciendo elementales principios de responsabilidad en la gestión de las finanzas públicas. Consideraba un presupuesto altamente desfinanciado por rebajas de impuestos a empresas y contribuyentes de altos ingresos, agregando aumentos de gastos, mayormente en pensiones y subsidios destinados a contener alzas en los costos de la energía y de vida.
Las propuestas, que no se alcanzaron a materializar, fueron repudiadas rápidamente por los mercados, internos e internacionales, con la consiguiente devaluación de la libra esterlina y alzas en las tasas de interés para los consumidores e inversiones británicas, además de perjuicios a los títulos de deuda pública, al desvalorizarse las emisiones anteriores y encarecer las nuevas colocaciones, indispensables para cubrir la grieta presupuestaria.
Las medidas anunciadas ya han impactado en el costo de la vida por el encarecimiento de los productos importados, alimentando la inflación, ya en más de 10% en términos anuales.
Las caóticas percepciones y realidades económicas obligaron a Liz Truss a eliminar una parte considerable de su programa. No fueron suficientes, sin embargo, sus tibios reconocimientos de responsabilidad, la renuncia a sus promesas de rebajas de impuestos, los descargos invocando la delicada situación de la economía y seguridad mundial, y el reemplazo del ministro de Hacienda por Jeremy Hunt, promotor de disciplina fiscal, por el momento considerado premier de facto, ante la pérdida de autoridad, credibilidad y popularidad de Truss.
Sin programa, abandonada por parlamentarios y militantes de su partido, incapaz de exhibir logro alguno como jefe de Gobierno durante 43 días, no sorprendió la fría renuncia de la Primera Ministra y el llamado a nuevas elecciones partidistas, previstas para el 28 de este mes.
El descrédito y los daños causados se extienden al Partido Conservador, responsable de la rotación de tres jefes de gobierno en menos de un año, eligiendo además a Truss, con un programa opuesto al presentado por su oponente, Rishi Sunak, exministro de Hacienda de Boris Johnson, que postulaba dar prioridad a la disciplina fiscal antes de reducir la carga impositiva.
También se ha criticado a los conservadores por la menor representatividad y demora, derivada de la fórmula usada para seleccionar al nuevo líder del partido y Primer Ministro, en caso de renuncia del titular saliente. El mecanismo contempla la votación de sus militantes de la propuesta de los dos candidatos más votados por los parlamentarios del mismo partido. En este caso, Sunak era quien había recabado más apoyo entre los parlamentarios, pero los militantes optaron por Truss.
En medio de la división del Partido Conservador, se repetirán ahora varios de los once candidatos vencidos por la premier saliente en septiembre pasado, encabezados por Sunak y Penny Mordaunt, líder de la cómoda mayoría parlamentaria conservadora. Tal es la confusión que no se descarta el interés de Boris Johnson por retornar.
Fundamental consideración debería merecer la capacidad del líder escogido para llegar a acuerdos, llevar adelante su mandato, estabilizarse en el cargo y vencer al futuro candidato del Partido Laborista, que supera ampliamente en popularidad al Conservador y demanda anticipar las elecciones generales establecidas para mayo de 2024.
La crisis desencadenada por Truss demostró su incompetencia, arrastrando el prestigio de su partido y de la Cámara de los Comunes, considerada madre de los parlamentos democráticos del mundo.