Señor Director:

A unas semanas de haber iniciado la apertura de nuestra capital, dejando las mascarillas de lado para progresivamente acercarnos a la anhelada normalidad, siendo sábado de familia a las 15:00 hrs., a cuadras de mi casa en la comuna de Colina, las calles llenas de niños y adultos son interrumpidas por una balacera con metralletas automáticas, gritos y una pausa colectiva fundada en el terror. Todo se detiene.

En un país donde vamos avanzando a la normalidad y, por lo mismo, más libertad, pareciera que no solo estuviésemos viviendo en una nación donde los portonazos, encerronas y asaltos han ido aumentando, sino que también la libertad y normalidad de aquellos para decidir hacer esto a la luz del día.

Pienso en nuestros niños, en mis hijas y en nuestra ardua labor como apoderados y docentes. En cómo poder asegurar ambientes contenedores, seguros, armónicos y por sobre todo coherentes con el currículum y principios pedagógicos, con el fin de poner a disposición del país ciudadanos responsables, respetuosos y competentes. Pero esto no será posible si como nación no podemos ofrecerles ambientes comunes seguros, y si en vez de incentivar la confianza y promoción de las instituciones, la colaboración entre pares, relaciones interpersonales positivas, sana convivencia y comprensión del entorno, fundamos nuestros valores en el peligro, vulnerabilidad y desconfianza.

Es un llamado urgente a la corresponsabilidad. ¿De qué forma vincular y formar a nuestra infancia en la coexistencia del valor de sus derechos junto a su rol ciudadano, cuando hoy sus derechos son vulnerados a plena luz del día?

Camila Achondo Bardavid
Educadora de párvulos, psicopedagoga