En los últimos días la búsqueda de estadio por parte de la U ha sido para enfrentar a la Unión Española por la Copa Chile. Antes fue para jugar contra Colo Colo, finalmente disputado en Talca, por el campeonato. Y cerrará el torneo enfrentando como local a Cobresal ¿dónde?
En ninguna parte quieren a sus barristas. Ni en los estadios ni en las ciudades. En Talca le doblaron la mano al alcalde para tolerar el partido contra los albos. Y no hay que olvidar que los seguidores colocolinos tampoco son bienvenidos en ninguna parte que no sea el Monumental.
¿Qué hacer? El asunto se agrava si se considera que los hinchas de la UC van caminando por un rumbo parecido, agravado por el ataque al arquero de la U en Rancagua (donde solo había cruzados) y a una dirigencia universitaria que no parece tan rigurosa como antes en el tema disciplinario.
Ya no se trata, en este tema, de los reparos morales a los causantes de los desmanes ni a sus auspiciadores ni a sus tolerantes, sino de un asunto práctico: los torneos corren el riesgo de quedarse sin estadios para algunos equipos. Y a jugar, definitivamente, todos sus partidos sin público.
Recuerdo cuando, a propósito de la entonces incipiente televisación, tocábamos el tema con Julio Martínez y planteábamos que en el futuro los estadios serían estudios televisivos sin público. Solo imaginarlo hacía sufrir a Jota Eme. “No, eso no sería fútbol”, alegaba. Pero, en los hechos, estamos yendo hacia allá empujados por la violencia de estos malhechores incrustados entre el público.
El fenómeno no es nuevo, pero con el paso del tiempo ha crecido. Ya no es el caso de un fotógrafo alcanzado por un “peñascazo”, como se denunciaba a comienzos del siglo pasado, ni es como en 1929, cuando el entonces Cuerpo de Carabineros decidió abandonar los campos de juego escoltando a los árbitros. Ya sabemos que es distinto y que ha crecido porque la violencia, como la guerra, “es un monstruo grande y pisa fuerte”. Y sabemos que no solo pisa en nuestros estadios: también aplasta en nuestras calles y en nuestras plazas.
Recuerdo cuando por primera vez escuché en Buenos Aires despedir a un árbitro con el infamante coro de “¡hijo de p...!”. Era 1962. Años más tarde lo imitó la barra de la U, encabezada entonces por “el Chuncho” Martínez. No había destrozos ni bombas ni heridos. Solo palabras. Olvidaban (entonces y hoy) que todo empieza con las palabras, algunas de las cuales quedan grabadas en el inconsciente y otras se pueden borrar cuando han nacido en Twitter.
Olvidan que “al principio fue el Verbo”. Y al final nos quedamos sin público.