Es posible que Universidad Católica termine el año alcanzado su objetivo mínimo: clasificar a un torneo internacional. No es tan lejano: el elenco cruzado está subiendo el último vagón del tren que conduce a la Copa Sudamericana y en los cuatro partidos que le quedan por disputar —no olvidar que tiene uno pendiente con Unión Española— es muy probable que ratifique su ingreso a ese certamen.
Aun así, el balance 2022 de la UC no es positivo. Por muchos aspectos. De partida, el objetivo de un inédito pentacampeonato se esfumó temprano. Una paupérrima primera rueda ahogó la idea de lograr la anunciada “prioridad” y ni siquiera el cambio de entrenador, Ariel Holan por un denostado Cristian Paulucci, revirtió el inminente destino. El segundo aire no alcanzó.
Tampoco fue buena la experiencia internacional en los dos torneos que participó. En la Copa Libertadores (que nunca fue lo más relevante para la dirigencia de la UC), el tercer lugar sentenció otra eliminación temprana y solo el tránsito a la Copa Sudamericana maquilló la evaluación. ¿Cuál fue la conclusión? Un rendimiento de mediocre para abajo, coronado con el 8-3 global con el que Sao Paulo la borró del segundo torneo en importancia de Sudamérica.
Si a eso agrega la eliminación de la Copa Chile a manos de la U, el balance no es digno del nivel del plantel que posee Universidad Católica, pese a sus imperfecciones y desequilibrios.
Por desgracia el problema no solo se produjo en la cancha. Durante el año en curso, la UC dejó de ser aquel modelo de corrección que la diferenciaba de sus competidores y que lo ungía como una especie de reserva moral en el fútbol chileno.
El comportamiento con rasgos delincuenciales de algunos hinchas y de su barra en varios encuentros —incluso en una fiesta propia como fue el cierre del estadio San Carlos de Apoquindo— y las desafortunadas declaraciones de sus autoridades directivas, tanto en conferencias de prensa como en sus redes sociales, cada vez que la UC se sintió “atacada” por los medios, por los arbitrajes o por quizás qué “mafia anticruzada” creada en el espacio sideral, fueron minando la prestancia a un club que, como ninguno en Chile y pocos en Sudamérica, podía exhibir credenciales de seriedad, profesionalismo y deportividad.
¿Significa todo esto la debacle de la UC? Claro que no. Pero sí impone una revisión profunda y también una autocrítica. Un reseteo a todo nivel. En lo deportivo, los objetivos se deben revisar, es evidente que el plantel necesita una renovación profunda. En lo dirigencial debe profundizar las formas de control de sus barristas violentos, garantizar seguridad y no caer en el pobre argumento de que se trata “de un problema social que no podemos controlar”. Y en lo comunicacional, dejar de sentirse perseguida, denostada y poco reconocida, y concentrarse en aportar al debate con sinceridad y estatura.