Hay momentos en que se está en casa, descansando en medio de los libros, sin ninguno en las manos, y en los que, de pronto, un poco al azar, se toma uno de ellos y se revisa con atención, casi como si de improviso, al ir por la calle, te encontraras con un viejo conocido del que no sabías hacía mucho tiempo.
Es lo que acaba de ocurrirme con Violeta Parra. Poesía, una de las perlas publicadas por Universidad de Valparaíso Editorial. Lo tomé y abrí en cualquiera de sus páginas, comprobando, una vez más, que su autora fue tan buena como su hermano haciendo poesía. “La más humana de nuestras poetas”, afirma Raúl Zurita, porque “era de otro linaje, de otra estatura”.
En ese libro, de color verde y costuras a la vista, me detuve en la composición que cuenta de la “carreta enflorá”, en que una familia llega y más tarde se retira en el campo de un matrimonio rural, y pensé en las muchas veces que he querido encontrarme con una carreta enflorá, no sé, con cardenales, con rosas, con claveles, y con sus ocupantes embriagados por el vino de la fiesta y la fragancia marchita de las flores de la carreta que los vuelve a casa. “Una carreta enflorá se detiene en la capilla, el cura salió a la entrá diciendo ¡qué maravilla!”… “En la carreta enflorá ya se marcha la familia, al doblar una quebrá se perdió la comitiva”.
Seguí luego con “Afirmo señor ministro que se murió la verdad. Hoy día se jura en falso, por puro gusto no más. Engañan al inocente sin ni una necesidad. ¡Y viva la libertad!”. Enseguida, en Mazúrquica modérnica, esta otra verdad: “el juraméntico jamás cumplídico es el causántico del desconténtico. Ni los obréricos ni los paquíticos tienen la cúlpica, señor fiscálico”.
“Para olvidarme de ti, voy a cultivar la tierra… Las flores de mi jardín son como mis enfermeras… Para mi tristeza, violeta azul, clavelina rosa pa' mi pasión, y para saber si me corresponde, deshojo un blanco manzanillón”.
No suelto el libro. ¿Cómo podría? Poesía material, concreta, al tacto, como cuando Neruda, en el sur, cantó a un camión colorado que bajaba del cerro cargado con toneles. Pura residencia en la tierra no más.
“Cuando se muere la carne, el alma busca su sitio, adentro de una amapola o dentro de un pajarito…”. “Vale más en este mundo ser limpio de sentimientos, muchos van con ropa blanca y ¡Dios nos libre por dentro!”.
En Un desayuno en el cielo, “una santa cuarentona reparte los bizcochuelos, por uno que le reciben cuatro le botan al suelo”, mientras que “San Miguel y Santa Rosa bailaban con dos pañuelos, en cada paso que daban pisaban los bizcochuelos”. “La fiesta sube que sube igual que en el gallinero cuando ponen las gallinas, hasta que llegó el Padre Eterno pa' levantar el permiso, fue tanta su turbación que clausuró el paraíso”.
Y cuando murió Gabriela Mistral: “Señores, completamente se ausenta la gran señora, la sabia, la encantadora, la madre, la poesía. Yo le rindo pleitesía como una humilde cantora”.
Violeta Parra, leída, es Violeta Parra cantada. “La escritura da calma a los tormentos del alma”. Pero “nunca lloro por llorar, la escasez de la virtud es lo que me hace llorar”. Y a su hermano Nicanor, desde París: “voy requete cansada, te lo digo en secreto”, aunque “no hay que perder la esperanza habiendo sal y cebolla”. Y “cuando llegue el verano, con sus destellos dorados, saldremos desesperados a pulmonear aire sano”.
¿Humor? También: “La beata que no ha tenido amores con sacristán... No sabe lo que es canela ni chocolate con flan”.
“Me fui gateando por una nube, por una nube color café, como las nubes se mueven, llegué a la isla de Chiloé”. “Me gusta la vida, florido rosal, sus bellas espinas no me han de tocar, y si una me clava, qué tanto será”.
Devuelvo el libro al estante y agradezco que tengamos en su autora un tesoro nacional.