Con los álbumes de los mundiales pasa lo que pasa: de niño se compran e intercambian las figuritas, también llamadas láminas y ahora conocidas como cromos, y de grande y mayor, a veces y algunos, guardan los álbumes y después los coleccionan, por supuesto que completos y sin ausencias, pero ya no andan comprando sobres —uno, tres y los que sea posible— para llenar las casillas, juntar selecciones y mirar las figuritas, alguna vez caricaturas y luego fotografías cada vez más limpias y nítidas, según el álbum Panini, de la editorial italiana, más bien el Grupo Panini, fundado en 1961 por los cuatro hermanos Panini, que desde 1970 comercializa el álbum del Mundial.
En tiempos aún más viejos, que no necesariamente eran mejores, en el del Mundial de Chile, claro que había láminas más difíciles que otras o al menos eso se creía en la antigüedad, cuando los quioscos abundaban y florecía el papel en las revistas y diarios.
En el álbum de 1962, llamado de los “cabezones”, por la desproporción del dibujo, cuerpos pequeños y enormes cabezas, el mediocampista checo Josef Masopust (1931-2015) no salía nunca, y en la búsqueda se hacía el intercambio: un Antonio Angelillo (1937- 2018), argentino nacionalizado que vestía los colores de Italia, y dos Uwe Seeler (1936-2022), pequeño y poderoso tanque alemán, o sea tres, por Masopust. Era un trato, y si no resultaba y la desesperación era demasiada, porque con Masopust se completaba Checoslovaquia, 22 figuras por equipo y plantel completo, nada menos; en ese trance, se podía añadir algo curioso, un extra mexicano: Felipe Rucalcaba, que en realidad era Felipe Ruvalcaba (1941-2019), pero nadie se fija en las letras y su orden, hasta que empieza a fijarse, porque con los años la gente se pone fijada y vienen las ideas fijas y fíjate cómo me pongo.
Es un proceso: se nace como figurita, después viene lo de figura y de nuevo, ya hacia el final, se regresa a la figurita.
Había otra escasa y de poca ocurrencia, aunque cada experiencia es distinta, pero solo salía su apellido, que era lo usual: Kribokuca, portero de Yugoslavia, del que se puede descubrir el nombre: Srboljub, dos vocales y seis consonantes, así que mejor Kribokuka (1928-2002), y por una del arquero, que además era reserva, iba por delante la siguiente oferta, desde luego generosa. Cinco Sandro Matrai (1932-2002), húngaro, rápido y por lo visto fácil, por eso tan repetido y sale a cada rato, pero cinco Matrai, más un Emilio Álvarez (1939-2010), ese gran central uruguayo denominado “Cococho”, y agrego a Waldir Pereira, mejor en idioma universal: Didí (1928- 2001), pero como Kribokuca era tan recontra difícil, algo irresistible, por Argentina y España, respectivamente, Orestes Corbatta (1936-1991) y Alfredo di Stéfano (1926-2014).
¿Quién se podría negar? Nadie.
El álbum completo y original, por supuesto que se perdió.