En este caso, al ser diez los leprosos, claramente es una referencia a la totalidad: es la humanidad entera la que vive desfigurada, perdiendo muchas veces su dignidad y cultivando sus aspectos feos, como lo son la corrupción, la mentira, la injusticia y la desigualdad.
A veces pensamos que el pecado trae como consecuencia un castigo futuro. Pero no es así, el pecado afea nuestra vida, desfigura nuestro rostro humano; es todo aquello que me deshumaniza, que me aleja de mi condición de ser humano, y me hace vivir como una bestia, como un animal. De esto nos viene a salvar Cristo. Por eso el evangelio de este domingo nos invita a salir de esta inercia, a dejar esta forma de vida que nos ha anestesiado y nos ha hecho perder la sensibilidad frente al otro, como lo hace la lepra con los sentidos del cuerpo. Es una invitación a atrevernos a vivir de otra forma.
La propuesta de Cristo se refiere a una forma de vida diferente. Tal vez no nos damos cuenta, pero somos educados desde que nacemos a competir con los demás, pues debemos ser los mejores, buscando la eficacia y el éxito. Pero el evangelio habla de otra cosa: de caminar juntos, aunque esto signifique avanzar más lento. También tendemos desde la infancia a querer apropiarnos de las cosas y acumularlas, mientras el evangelio nos invita a compartir lo que somos y tenemos. Frente a una sociedad que no perdona, el evangelio nos invita a ser misericordiosos; frente al tener que arreglártelas por ti mismo, el evangelio te propone establecer vínculos profundos y verdaderos con los demás, pues nos necesitamos mutuamente. Y en vez de sospechar del otro y vivir con miedos, la propuesta es amarlo y ponerte al servicio de quien lo necesite. Incluso frente a la explotación de la naturaleza la propuesta cristiana es de cuidar la casa común, sabiendo que todo está conectado y relacionado. En definitiva, frente a una forma de vida centrada en ti mismo, el evangelio te invita a confiar tu vida a Dios.
La propuesta del Señor es cultivar la belleza en tu vida, la versión más bella de ti mismo y de la sociedad. Y eso te lo da el amar y servir. Esto es lo opuesto a la lepra de la que nos previene el evangelio. Dios nos ama de forma incondicional. Y cuando nosotros participamos de ese amor, cuando amamos nosotros a los demás, este convierte nuestras deformaciones personales y culturales en belleza y vida. El camino que Cristo nos invita a recorrer nos va curando y transformando. Este nos humaniza y nos transforma en personas bellas y buenas. Y precisamente esto es lo que nuestro mundo necesita: belleza y bondad.
Nuestra naturaleza humana es preciosa, pero hay tantas situaciones en nuestra forma de vida que la afectan, la deterioran y la afean. Ser cristianos significa recorrer este camino que Cristo nos propone, cultivando así, a través del servicio al otro, la versión más bella de nuestra condición humana y de nuestra sociedad, aquella que es transformada por el amor.
“‘Jesús, maestro, ten compasión de nosotros'. Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias”.
(Lc. 17, 13)