El diputado De la Carrera eructó de nuevo: “Usted no puede exigir su derecho a abortar, porque jamás podrá abortar, y tampoco puede exigir su derecho a menstruar”, le dijo a la diputada trans Emilia Schneider.
Grotesco. Pero no novedoso.
No es novedoso, porque el propio De la Carrera ha dicho varias cosas por el estilo y porque varios miembros del Partido Republicano han hecho lo propio.
Hace pocos días el diputado Urruticoechea dijo que “una mujer que ha sido violada y aborta no se desviola” y anteriormente el diputado Kaiser (antes de ser electo) se preguntó “si el derecho a voto femenino fue una buena idea”. Y no han sido los únicos.
Pero lo de De la Carrera esta vez fue más lejos.
El mismo que le pegara un combo al vicepresidente de la Cámara, en plena testera del hemiciclo. El mismo que difundió una noticia falsa que involucraba a Camila Vallejo (a través de un tuit señaló que la diputada comunista defendía la pedofilia). El mismo que publicó una foto trucada del entonces candidato Boric en Plaza Italia. El mismo que ha señalado que sería bueno que las personas se armen. El mismo que le sacó una foto a su voto en el plebiscito.
Una larga lista de fake news, provocaciones y excesos en apenas seis meses como diputado.
Pero su actuación no es un fenómeno aislado, es un resumidero de un tipo de derecha en el mundo, no solo ultraconservadora, sino que desafiante, altanera y autoritaria. Una derecha cavernaria, como la bautizó hace algunos años Vargas Llosa. Y en ello, Gonzalo de la Carrera —mucho más que José Antonio Kast— es el emblema.
Lo de De la Carrera y el Partido Republicano no es más que una tendencia que empieza a proliferar —con matices e idiosincrasias propias— por todo el mundo. En Latinoamérica lo encarna Bolsonaro; en España está la versión ultraconservadora Vox; en Italia, la nacionalista Hermanos de Italia. También están el famoso Frente Nacional de Le Pen en Francia y la “Alternativa para Alemania” en Alemania. Y la lista continúa en Grecia (Amanecer Dorado), Bélgica (Nueva Alianza Flamenca), en Países Bajos (Partido por la Libertad), Hungría (Fidesz-KDNP) y en Polonia (Ley y Justicia).
La centroderecha liberal, de cierta forma como un espejo de lo que le ha ocurrido a la socialdemocracia, ha ido quedando vacía, por “timorata”, por “light”, por ser “derechita” o “cobarde”, según las etiquetas que le han adjudicado estos propios grupos extremos, tal como lo han hecho en Chile.
La mala noticia es que este grupo llega en Chile en momentos en que las nuevas generaciones de Chile Vamos estaban dejando la caverna del excesivo dogmatismo económico, del excesivo temor político y, sobre todo, del excesivo conservadurismo valórico.
Joseph de Maistre (el mismo a quien se atribuye la famosa frase de “cada nación tiene el gobierno que se merece”) es el pensador político contrarrevolucionario cuyas ideas suelen ser calificadas como el origen ideológico de la “extrema derecha”, en el siglo XVIII, por su enemistad a las ideas propugnadas por la Ilustración y su condena a la democracia, a la que consideraba responsable del desorden social.
Así, conocemos el origen pero no el final.
Mientras tanto, el grupo conformado en torno a Republicanos ha logrado sintonizar con una derecha que empieza a tomar un rol protagónico en el mundo.
Muchas veces la izquierda se imagina que la derecha domina por la fuerza, el engaño, la manipulación, el dinero, pero no por el pensamiento. Y eso es un profundo error. Eso quedó de manifiesto con las absurdas explicaciones del porqué ganó el Rechazo. Por cierto, no es así. Es porque conecta con ciertas fibras de la población. El problema es cuáles fibras.
En momentos en que la palabra “borde” se ha ido imponiendo en otros ámbitos, es de esperar que la derecha “republicana” quede al menos contenida. Aunque ello no es tan probable. Por lo que probablemente deberemos seguir escuchando improperios, falsedades, insultos y agravios de los De la Carrera.
Pese a ello, sería un profundo error plantear la posibilidad de que De la Carrera o cualquier otro diputado, por sus dichos, pueda perder el cargo. Ello sentaría un precedente gravísimo, en el que la “dictadura de la mayoría” podría aplastar posiciones minoritarias, afectando severamente la libertad de expresión.
El rechazo transversal, el repudio social y —es de esperar— el rechazo electoral futuro debieran ser las únicas sanciones posibles.
Por grotescos, inhumanos y atroces que sean sus dichos.