Fallaron las predicciones sobre los resultados de las elecciones en Brasil, el domingo pasado. Anticipaban un arrollador triunfo del exmandatario Luiz Inácio Lula da Silva. Aventajaría entre 10 y 15 puntos porcentuales al Presidente Jair Bolsonaro. Finalmente, la diferencia fue de 5 puntos. Las encuestadoras brasileñas se consideran entre las melhores do mundo.
Mayores desaciertos fueron las predicciones para las elecciones de gobernadores y parlamentarios. En vez del anticipado cúmulo de derrotas para el Partido Liberal, de Bolsonaro, la colectividad se constituyó en el primer partido. Varios exministros, dirigentes y aliados del oficialismo fueron electos, incluyendo al exsecretario de salud, según Lula, cómplice del Presidente en 600 mil muertes por la pandemia. La desafiante y nacionalista consigna “Brasil no para” significó que el gobierno enfrentara los comicios acusado de lamentable gestión del covid-19. Sin embargo, la laxitud en los planes de aislamiento y protección sanitaria parecería no fue debidamente castigada o la superaron las señales de recuperación económica, que beneficiaron a Bolsonaro.
Lula encabeza las preferencias para una reñida votación el 30 de octubre, mientras el Presidente ya logró formar una alianza controladora del Parlamento.
Habrá espacios para críticas y defensas técnicas sobre las causas de las fallidas predicciones: falta de representatividad de las muestras y equivocadas extrapolaciones. Los encuestadores no hicieron bien su trabajo.
Habría que descartar teorías conspirativas de las consultoras para perjudicar a un candidato de derecha. Sus yerros las desprestigian, afectan sus negocios futuros. Tampoco justifican las inexactitudes un supuesto inusual voto oculto, cambios de última hora, menor participación y complejidad de las múltiples variables, tales como diferentes estilos de vida, intereses, pertenencia cultural y otras más allá de las tradicionales categorías sociodemográficas de sexo, edad, área geográfica y estrato socioeconómico.
Por la alta valoración que les presta la opinión pública, los encuestadores deberían asumir sus responsabilidades a través de un mejor diseño de las muestras y recepción de respuestas, para lograr la representatividad necesaria y precisión de los resultados que anticipan.
A pesar de las demostraciones de superficialidad e incompetencia, las encuestas siguen siendo el mejor instrumento predictivo de las intenciones de voto. En Estados Unidos se sigue recurriendo a los sondeos por más de dos siglos, pese a los muchos fracasos. Por ahora, tanto en Brasil como en Chile, solo queda adivinar en cuáles encuestas creer, apostando a las pocas que anduvieron más cerca.