Este domingo se nos presenta en la celebración litúrgica un trozo del Evangelio según san Lucas que no es un milagro ni una parábola ni un encuentro de sanación, sino partes de un diálogo de Jesús con sus discípulos que parecen no estar del todo articuladas.
Ante la petición "¡Auméntanos la fe!", Jesús responde con la imagen de la semilla de mostaza. Una pequeña semilla de mostaza puede dar con el tiempo mucho fruto, sombra y cobijo (Lc. 13, 18-19). Ha dicho Jesús que el Reino de Dios es como una medida de levadura que una mujer mezcla con harina. Basta un poco de levadura para transformar toda la masa (Lc. 13, 20-21). El impacto transformador del testimonio de un grupo pequeño de creyentes logra hacer que muchas personas reciban las buenas noticias por ellos vividas y anunciadas.
Nos hace bien dejar de lado, a quienes nos decimos creyentes, otro tipo de consideraciones relacionadas con influencia, tamaño relativo respecto del total de la población, o con el poder: encontramos acá y en muchos pasajes del Evangelio una valoración positiva de los medios pobres y humildes que recuerdan a la persona de Jesús de Nazaret , cuyo principal fundamento era la fe en el amor de Dios, a quien comprendía como un padre amoroso. Y vivía profundamente aquello que creía, y eso lo hacía creíble.
La segunda parte del texto nos lleva a otro aspecto de nuestra vida creyente, la del cumplimiento de lo que se nos manda en virtud de nuestra fe: "También ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber". Recuerdo el cuento de una exalumna de un colegio de monjas que se quejaba que pocas veces le celebraban cuando tenía una buena nota o había conseguido algún logro importante en el plano deportivo, artístico o musical. "Con su deber no más cumple", era la respuesta habitual de una de las religiosas ante ese rezongo. Hay algo de eso en este texto del evangelio: el principal reconocimiento por haber hecho algo bien, es la satisfacción de haberlo realizado.
La vinculación entre la fe que se profesa y las obras que se realizan debiera ser muy estrecha. Pocas cosas configuran más la existencia humana que las creencias, de distinta naturaleza, que se tienen. Ellas se expresan en el modo de actuar, de vivir, de alimentarnos, de rezar, de tratarnos y vincularnos con los demás y con el medio ambiente que nos rodea.
Desde hace un tiempo en occidente nos encontramos sumergidos en una profunda crisis de fe. Se han disuelto las pertenencias, se han debilitado los diversos modos de participación y no están siendo del todo significativos los espacios celebrativos que expresan y sustentan la fe y los vínculos comunitarios. Vivimos una especie de orfandad. ¿A quién seguir? Tengamos el coraje de pedir, aún en medio de las más grandes dudas que nos acometen, lo que piden los más cercanos a Jesús: "¡Auméntanos la fe!". Y reconozcamos en cada pequeño gesto de cariño, construcción de vínculos, amor, servicio, dignificación e inclusión, pequeñas semillas del Reino que esperemos den mucho fruto y transformen la sociedad entera.
"Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe". Él respondió: "Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", ella les obedecería.
(Lc. 17, 5-6)