Paula Ilabaca (1979) es docente, editora, narradora y varias cosas más. Como poeta, ha publicado dos estupendas y galardonadas colecciones: La ciudad lucía y Penínsulas, ambas durante la década pasada; La perla suelta, su otro poemario, recibió el premio de la Crítica. Y su primera novela, La regla de los nueve, mereció el Premio Juegos Florales en 2014.

Camino cerrado, su último título, es varias cosas a la vez: una nueva y osada incursión en el género policial practicada por una mujer, hecho muy poco común entre nosotros; la inmersión en un mundo, mejor dicho un submundo, del todo desconocido para el chileno que suele leer; la intimidad en la famosa Brigada de Homicidios, algo que Paula Ilabaca conoce muy bien, pues su padre es detective y perito en huellas.

La protagonista, Amparo Leiva, también es sabueso de la Policía de Investigaciones y se trata, por decirlo de alguna manera, de una persona poco corriente, no solo por el oficio que eligió, sino por su carácter, hosco, más bien reservado, pero de aguzada sensibilidad literaria, al enfrentar dos casos disímiles, si bien, a la postre, entrelazados: “la acuchillada del supermercado”, en el que la cajera Noelia es asesinada, aparentemente por su amante y “el calcinado de La Florida”, que compromete a un muerto que jamás ha muerto, el novelista Gabriel Barrios, que firma bajo el seudónimo Víctor Celis y que obsesiona a Amparo.

“El papel, por ejemplo, del diario de vida de Gabriel, tenía olor a humo. Pero había otro olor. El olor de la muerte. Es muy particular, se pega, se adhiere fuerte. Entre lo poco que una pasa en su propia casa y entre que una se acostumbra a vivir con ese olor, el olor de la muerte. Eso le pasó a Urquiza (otro actor clave de Camino cerrado): reconoció el olor, que es un olor ocioso, difuso, odioso, cercano y tenue; pero a la vez se pega. A ratos es dulce, como una calle por la mañana, en verano. A eso se parece ese olor, el olor de la muerte”, reflexiona Amparo mientras examina el hogar y las pertenencias del supuesto difunto Gabriel Barrios, alias Víctor Celis.

Sin embargo, Camino cerrado, sea por el conocimiento paterno que posee Paula Ilabaca, sea por su propia imaginación o, forzoso es decirlo, por su inusitado y por momentos brillante uso del lenguaje, es mucho más que un mero thriller negro.

En primer lugar, conforma un entrelazamiento de vidas y carreras dentro de un medio del que tan poco conocemos y que suele ser tan mal mirado por los esnobs o los padres que desean profesiones tradicionales para sus hijos. En ese sentido, Paula Ilabaca, con seguridad sin pretenderlo, reivindica un oficio al que debemos un inapreciable respeto y un profundo agradecimiento, pues, gracias a esos hombres y mujeres que a diario se juegan el pellejo, muchas veces nos hemos salvado de crímenes, mayores o menores.

En segundo lugar, Camino cerrado es una novedad narrativa; sin descartar la calificación de novela, no lo es, en sentido estricto. La trama entera se desarrolla durante un sumario administrativo seguido a Amparo y otros colegas por los casos de la acuchillada en el supermercado y el calcinado de La Florida y las irregularidades que funcionarios tan poco ortodoxos cometieron. Compuesta en breves, a veces brevísimos capítulos de una sola página, Camino cerrado renuncia a los diálogos y los punto aparte para componer un compacto y denso argumento.

El procedimiento es, desde luego, bastante original, pues Paula Ilabaca bien podría haber aburrido al leyente que poco o nulo interés posee en los áridos manejos dentro de las oficinas públicas y, en este caso, los despachos policiales. Pero lo más arriesgado que observamos en Camino cerrado es la persistencia de la autora en un sistema para relatar muchos episodios que pudo ser tedioso y resulta, en cambio, a ratos fascinante. Y la muerte, tan temida y aborrecida, adquiere aquí lo que es casi un perfume dulce, un olor proveniente del más allá.