Hay que reconocer que el fútbol es también magia negra, hipnosis y le lleva una alquimia de fanatismo y ceguera, que es capaz de convertir a la gente en estúpida. No para la vida entera, pero si para lo suficiente.
Una maldición de arco amplio y sin fronteras, que termina en las tribunas de los estadios de la ciudad Gótica, poblada por estúpidos de a pie o que llegaron en auto, desde luego sin Batman alguno, a menos que el rey de los estúpidos se crea superhéroe o supervillano.
Bombas explosivas, barras bravas y unos carteles melodramáticos y melosos, que proclaman amores infinitos hasta después de la muerte. Léase hasta el Infierno.
Los que inventaron, promovieron y también los que aceptan y toleran esos espectáculos circenses y baratos, de título horrible: “arengazo”, con la bravata y el tambor batiente de los que son muchos y machos, para una ceremonia tribal de edad de piedra, donde el aullido y la manifestación de la violencia copa, invade, inunda y entonces se viene abajo techo y marquesina.
“Arengazo” en horas laborales o de escuela, pero para eso habría que trabajar o estudiar. Es evidente que no es el caso.
Hay estúpidos, en tantos partidos, con ingenios de rayos verdes, rojos o amarillos, que le apuntan a los jugadores, a los ojos, si es posible, porque se trata de malas artes y sacar ventajas miserables.
Son parientes cercanos del que arroja la pesada serpentina al que está a punto de ejecutar un penal.
Son familia del bruto hinchado de petardos que duerme solo por las noches, solo y con olor a pólvora.
¿Desleales? Desde luego.
¿Tramposos? Sin duda.
¿Estúpidos? De marca mayor.
¿Goserías racistas? Tantas veces, infinitas, interminables, incontables.
¿Lanzar fuegos artificiales y esconder la mano? A cada rato, con frecuencia y semana a semana.
Y está, cómo no, la élite. Son los que llevan diciendo hace décadas que hay que hacer algo, cuando ellos son los responsables y encargados, amamantaron a las tribunas y sus líderes, cobran entrada y recaudan, negocian con la TV, son los dueños del espectáculo y son, precisamente, los que deben hacer algo.
Entonces se dan vuelta en redondo, se culpan entre sí, se pillan la cola peluda a mordiscos y se muerden los talones, mientras se declaran incapaces y le apuntan a lo que se mueve: clima, contexto, ambiente, polarización, autoridades de turno, escenario mundial, globalización y a la sociedad chilena, en particular; al estado del mundo, en general.
Por lo anterior y por más cosas, no consignadas u olvidadas, hay ciudadanos que piensan que el fútbol arrastra a la estupidez y transforma a cualquiera —al menos pintado de la galería más popular y al más pintado de la tribuna exclusiva— en un estúpido.
¿Qué se puede decir?
Que tienen razón.
Antonio Martínez