No puedo sacarme de la cabeza la imagen del embajador de Chile en España acariciando las piernas desnudas de una mujer en el asiento trasero de un auto fiscal.
El problema fue que la escena me trajo a la mente la anécdota del futbolista Francisco Huaiquipán, cuando los periodistas quisieron saber sobre una lesión que arrastraba y le preguntaron por su pierna, y respondió: “Sí, mi pierna está bien, en la casa, cuidando a mis hijos, y le quisiera mandar un saludo, que la quiero mucho y que me espere con algo rico”.
Lo del embajador se parece a lo de Huaiquipán: por el romanticismo tosco y la incapacidad de entender el contexto.
El embajador de Chile en España es el embajador de Chile en España porque es uno de los mejores amigos del Presidente. Es lo que dicen todos. Así las cosas, el embajador carga con una responsabilidad enorme: representa a todos los chilenos y es como una extensión simbólica del propio Primer Mandatario.
Esto es semejante a cuando la Presidenta Bachelet instaló a su hijo, Sebastián Dávalos, en el cargo que ejercían las Primeras Damas. Esa posición se llamó ahora por unos días Gabinete Irina Karamanos, pero se supone que esa oficina se cerrará próximamente.
Como sea, ya sabemos lo que pasó con Dávalos y el caso Caval. Ese escándalo terminó por desprestigiar al “bacheletismo” y con eso se desplomó el proyecto refundacional de la Nueva Mayoría, con su retroexcavadora y otras demasías.
Y todo porque la ciudadanía interpretó que aquellos que prometían terminar con los privilegios usaban el poder (concedido por la misma ciudadanía) para tener privilegios y granjerías personales. Por eso, si uno está muy vinculado al gobernante debe portarse mejor que nadie, porque puede poner en riesgo el proyecto político completo que representa ese líder.
Ahí está la gravedad en lo del embajador. No se trata de las piernas, ni el tatuaje, ni la posición de las manos, ni del amor, ni del sentido del tacto… ni siquiera de la elegancia para “habitar los cargos”, como dicen en el Gobierno. Se trata de los privilegios. Porque junto a la foto de las piernas desnudas en el asiento trasero han trascendido otras fotos, como la del embajador comiendo crustáceos tamaño XL acompañados de vino blanco a temperatura perfecta. Al embajador se le ve haciendo uso y abuso de un privilegio inmerecido solo por la suerte de que su compadre se convirtió en Presidente de Chile.
Entonces, si a Bachelet se le exigía mucho en ese ámbito, imagínense a Boric. Ojo con eso. La acumulación de “cavalitos” puede agravar todavía más la crisis de popularidad de la coalición gobernante, hasta entrar en un remolino del que no podrán salir, como le pasó a Bachelet.
Y lo peor es que después de la derrota en el plebiscito (“Perdimos porque no ganamos”, explicó alguna vez Ronaldo) el Gobierno necesita mostrar aciertos, logros, no más chambonadas.
“A veces, en el fútbol, tienes que marcar goles”, dijo con sabiduría Thierry Henry. Es lo que necesitan Boric y su team. De lo contrario, la cosa no funciona.
“Cuando un equipo anda bien, no anda mal y viceversa”, resumía Mariano Puyol. ¿Se dan cuenta que me dejó mal el episodio de las piernas? Se me han repetido toda la semana en la cabeza frases célebres de futbolistas. Pobre de mí.