Hace unos días fueron millones los chilenos que, confiando en su sentido común, le dijeron no al intento por refundar las bases esenciales de nuestra convivencia.
En el otro lado del mundo, en Londres, desde donde escribo, también fueron millones los que hicieron fila para presentar sus respetos ante el féretro de la reina. Muchos de ellos lo hicieron para agradecer el espíritu de servicio y gran legado de su majestad; otros, manifestaron su tristeza al despedir a una mujer que los ha liderado y acompañado por más de 70 años. La gran mayoría desea lo mejor para su sucesor, el rey Carlos III, y sienten alivio que su hijo y el hijo de su hijo se estén preparando para asumir la jefatura de Estado.
Pareciera que la gente común entiende que la vida moderna ofrece grandes oportunidades para resolver muchos problemas e injusticias y, al mismo tiempo, saben que la vida está llena de vicisitudes y paradojas. Perciben que la democracia liberal es la forma menos mala de resolver cómo se convive en sociedad y abordan los problemas. A la vez, son conscientes de su precariedad y están dispuestos a confiar en el sentido común. Ese sentido que los lleva a entender que hay que ser respetuosos de aquello que nos une, más allá de nuestras legítimas diferencias.
La democracia liberal es la mejor forma de asegurar la opción de una sana alternancia en el poder y respeto por las minorías, sin caer en una confrontación destructiva. Aun así, no necesariamente ofrece un mecanismo para asegurar el control del populismo, ese que es ejercido por líderes carismáticos que basan su popularidad al erguirse como representantes del pueblo.
El pueblo del Reino Unido de Gran Bretaña —que une a ingleses, galeses, escoceses y norirlandeses— son gente de esfuerzo y sentido común, sin muchas diferencias con nuestra gente del norte, centro o sur de Chile. Como ciudadano del Reino Unido y de Chile, con lazos de familia y de amistad, y con actividades empresariales en ambos países, creo conocerlos lo suficientemente bien para aportar una reflexión.
Los dos pueblos, aunque no lo parezca a primera vista, están imbuidos por un fuerte sentido común, que los hace sospechar de los líderes carismáticos que ofrecen panaceas y propuestas refundacionales, como podría ser el plurinacionalismo en Chile o el republicanismo en el Reino Unido.
Cuando nuestra Canciller aclara que, “más allá de lo que se pueda opinar sobre las monarquías… la reina Isabel II es un personaje histórico”, desliza una crítica implícita sobre la monarquía constitucional del Reino Unido, denotando una fuerte falta de empatía y consideración a una nación amiga.
Nuestro gobierno falla al no entender el rol de una monarquía constitucional y del monarca británico como jefe de Estado de 15 naciones (muchas de gran relevancia cultural y económica) y el papel que juega frente a la “Commonwealth”, una mancomunidad voluntaria de 56 naciones, que reúne a una población de unos 2.500 millones de habitantes. También se equivoca al manifestar su completa ignorancia frente al sentir de la gran mayoría de los habitantes del Reino Unido de Gran Bretaña, criticando implícitamente a un régimen que, sin ser perfecto, ofrece un sano contrapeso a la volatilidad propia de una democracia liberal.
Es hora de que nuestro gobierno entienda que los errores sucesivos en diversos ámbitos, incluyendo el manejo de nuestras relaciones internacionales, tienen consecuencias, donde haber sido sancionado categóricamente en el referéndum de salida del plebiscito es solo una señal incipiente.
No nos podemos dar el lujo de parecer superficiales e ignorantes frente a la comunidad internacional, ni menos tan arrogantes como para sutilmente cuestionar formas de gobierno que han demostrado ser eficaces y muy queridas por la inmensa mayoría.
Nicolás Ibáñez Scott
Presidente Fundación Chile + Hoy