Llama la atención que varias partes del Evangelio están dedicadas a la administración de los bienes. Nos parece que es un tema poco espiritual, que tiene que ver con las cosas de este mundo y no con las cosas de Dios. Pero Jesús es insistente en esto, pues se juega el éxito o el fracaso de la vida, aunque con un criterio totalmente opuesto. Frente a los bienes se nos presenta la disyuntiva de cómo administrarlos, y debemos elegir si actuar movidos por el criterio mundano o por el Espíritu de Cristo. El primero te exige acumular para asegurarte, el segundo compartirlo todo, también para asegurarte...
Comúnmente se califica a una persona exitosa en el mundo de hoy como aquella que se ha llenado de bienes y de títulos, que goza de fama y poder. Jesús se refiere a una persona exitosa de otra manera: Las llama "bienaventurados", que significa "felices". Jesús felicita a los que han empleado bien su vida. Y comienza por los pobres, aquellos que por amor lo han entregado todo. También en San Lucas escuchamos el lamento de Jesús: "Ay de ustedes los ricos", que acumularon aquello que estaba destinado para ser compartido con los demás. No entendieron de qué se trata la vida. Esto para Jesús es un fracaso. Porque el éxito o fracaso de una vida se decide en esta elección de cómo administrar los bienes.
De esto habla Jesús este domingo a través de la parábola del administrador deshonesto. La parábola nos presenta una realidad: tarde o temprano llegará el momento en que la administración se acaba y debemos rendir cuenta de la forma en que hemos administrado los bienes. Aclarémoslo bien: los bienes no son nuestros, sino que son de Dios. Y Él los ha puesto en nuestras manos no para que hagamos con ellos lo que queramos, sino para que los administremos considerando en especial a los más necesitados. Para esto están las cosas de este mundo. No somos sus dueños, sino sus administradores.
En la parábola, el buen administrador entendió que debía pensar en la vida futura, y tuvo la sabiduría de descubrir que los bienes no son lo que importa, pues pasan a otras manos. Lo que cuenta son los amigos. No es lo que tenemos o juntamos, sino lo que compartimos con los demás lo que verdaderamente vale. Este administrador apostó todo por hacer amigos, y por eso Jesús lo felicita en esta parábola.
Jesús no está condenando ni los bienes ni la riqueza, sino que insiste en el sentido que estos tienen en nuestra vida: son para amar y servir, no para acumularlos. Los bienes no duran para siempre, y corremos el peligro de idolatrarlos. Por eso invita a pensar en los bienes futuros, en los que verdaderamente valen, pues trascienden con nosotros.
La invitación final es muy importante: no se puede servir a Dios y al dinero. A nosotros nos gustaría poder compatibilizarlos; ponerlos de acuerdo. Pero eso es imposible, pues dan órdenes opuestas: el dinero te dice que pienses en él, y así te dará todo lo que le pidas. Así terminas acumulando, explotando y engañando, para rendir tributo a este dios dinero. En cambio, Dios te pide lo opuesto: comparte lo que tienes, crea amigos y sirve a tu prójimo. Da vida a los demás con los dones que Dios puso en tus manos.
Celebrar las Fiestas Patrias es una buena oportunidad para comprender que lo que hemos recibido y que los dones y también los talentos no son para uno mismo, sino para compartirlos con los demás. Esta es la forma de hacer patria y de vivir en sociedad.
Felices fiestas a todos.
"Si ustedes no son fieles administradores del dinero, tan lleno de injusticias, ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Y si no han sido fieles en lo que no es de ustedes, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes?".(Lc. 16, 11)