No se trata de que un documental contenga una argumentación perfecta para defender sus puntos, pero, si tiene puntos que defender, un mínimo de argumentos parece exigible. Esta es la primera impresión que queda al ver “Mi país imaginario”, el último documental del chileno Patricio Guzmán. Su levedad, su superficialidad, su bobería en verdad, sorprende no tanto a la luz del reciente plebiscito en que se rechazó la propuesta constitucional, pero incluso dentro de los mismos términos favorables a la propuesta, donde la cinta obviamente se inscribe. Dicho de otro modo: el documental ni siquiera podrá envejecer dignamente como defensa del primer intento en la historia de Chile de escribir una Constitución mediante una convención elegida por la ciudadanía. Más bien envejecerá como una manifestación no muy sofisticada del llamado “octubrismo”, aquella postura que, entre otras cosas, defiende la idea de que las manifestaciones de octubre de 2019 fueron una expresión de malestar del pueblo, una suerte de revuelta popular que buscaba poner fin al sistema “neoliberal”, donde la violencia llevada adelante por sus protagonistas fue un recurso legítimo porque respondía a la violencia de la policía y, en el fondo, a la violencia del sistema.
Pese a que el director, mediante una voz en off en primera persona, reconoce que no estuvo en Chile para el 18 de octubre, la cinta dedica buena parte del metraje a las manifestaciones a la semana que antecedió y que siguieron a ese día. Incluye también entrevistas —siempre a mujeres— que expresan por qué están participando de las manifestaciones o qué ven en ellas. En tanto, hay mucha toma del esfuerzo que los manifestantes ponen en romper el cemento de calles y aceras para obtener peñascos y, por supuesto, de policías disparando armas —escopetas con perdigones y bombas lacrimógenas— contra los manifestantes. Pero de la suma de los tres elementos —imágenes, testimonios y la voz del director— no se obtiene gran cosa respecto a los orígenes de estallido, sus demandas o su elusivo sentido. Solo cosas muy gruesas: sí volvemos a escuchar que no tuvo líderes políticos; sí, que las mujeres tuvieron su rol, gracias a la performance de “Un violador en tu camino”; sí, que hubo cierto ánimo carnavalesco; sí, que hubo manifestantes que perdieron sus ojos. Más revelador es el compromiso emocional del director y de sus entrevistadas —la periodista Mónica González, la escritora Nona Fernández y la integrante de Las Tesis Sibila Sotomayor, entre ellas— con todo el movimiento, como si este se tratara de un cisma mayor en la historia de Chile, una revolución transformadora y definitiva. Mónica González habla de que hay llamas que queman y llamas que alimentan. Guzmán habla de cómo los jóvenes llegan hasta la plaza Baquedano “para transformar este espacio en un teatro del futuro”. Con todo lo que se ha escrito, discutido y especulado sobre las causas del estadillo —¿estancamiento de los sueldos?, ¿hastío de la política?, ¿pérdida de confianza en instituciones?, ¿anomia?, ¿manipulación de grupos interesados?— resulta algo vergonzoso que la cinta abrace, obviando cualquier mínima reflexión, el entusiasmo por una revolución espontánea como fiel reflejo del pueblo.
La segunda parte del documental está dedicada a la idea de la Convención Constituyente, que se expone como el útero que dará vida al nuevo Chile. ¿Cómo se conectan los incendios, saqueos y piedrazos con la necesidad de una nueva Constitución? Con unas pocas líneas, del tipo que ella es la victoria del estallido social o que “se perdieron 400 ojos para esto”. Si bien el documental termina con la asunción del Presidente Gabriel Boric, en marzo de 2022, nada relata sobre el desempeño de la Convención en los ocho meses que llevaba hasta entonces. “Mi país imaginario”, así, ni siquiera se da la molestia de honrar el esfuerzo intelectual de quienes llevan más de una década alimentando la idea de que es necesaria una nueva Constitución, tampoco transmite las tensiones que el proyecto mostró durante su curso ni deja registro de algún valor que pueda haber contenido la propuesta. Su empeño se limita a anudar estrechamente la Convención al estallido, con un candor que pocos se han atrevido a explicitar (aunque cuesta creer que eso colabore con su memoria). Patricio Guzmán había mostrado en documentales anteriores cierta nostalgia blanda, algo boba, por el Chile de la Unidad Popular, pero en “Mi país imaginario” la ilusión de que los valores o el espíritu de aquel período han revivido hunde en el patetismo prácticamente todo el esfuerzo.
Mi país imaginario
Dirigida por Patricio Guzmán
Chile, 2022, 83 minutos.
En cines.
DOCUMENTAL