Un viejo dicho reza que “todos los muertos son buenos”. Es que en los funerales la costumbre es decir cosas lindas del finado. Aunque a veces se exagera.
Me tocó un sepelio en que el cura se pasó algunos pueblos: “Fue un gran hombre, un admirable servidor público, un padre ejemplar… y un marido fiel”. Cuando el sacerdote dijo lo último, la viuda se puso rígida y estiró el cuello para mirar dentro de la urna, sospechando que habían cambiado al muerto. Fue un momento incómodo.
Como sea, una vez sepultado el difunto comienza el período de duelo. ¿Y cuánto tiempo dura? Depende. El duelo oficial por la muerte de la reina Isabel será de casi un mes. En ese período, los deudos tienen derecho a no ser importunados para vivir su dolor en paz, sin cuestionarlos ni a ellos ni mucho menos al muerto. Pero pasado ese tiempo, la vida vuelve a la normalidad y con ella la crítica y hasta la sátira son aceptadas.
Algunos días antes de la partida de la monarca del Reino Unido nosotros tuvimos nuestra propia gran muerte en Chile: el domingo 4 de septiembre cayó fulminada la Revolución Octubrista.
Como frente a toda muerte inesperada, la primera reacción de los dolientes fue la “negación”. “No es posible, mentira, nica”, se escuchaba en La Moneda y las sedes de los partidos del Apruebo. Después siguió —como también es normal en estos casos— la “ira”: “fue culpa de Atria, del gobierno, de las fake news, de Stingo, de la derecha, de la tía Pikachú, de Jadue, de los amarillos, de la ignorancia de la gente, de los desclasados, de Petorca”.
Y en esa fase estamos todavía; lejos aún de la última etapa del duelo, que es la “aceptación”.
Eso explica el cambio de gabinete minimalista, que solo reemplazó a ministros desahuciados ya antes del 4-S, y puso en su reemplazo a personas como Carolina Tohá y Ana Lya Uriarte, que eran entusiastas partidarias del Apruebo. O peor, se alcanzó a nombrar como subsecretario del Interior, a cargo del orden público, a un fan de los desórdenes públicos del octubrismo.
Esa es una clásica conducta de “negación”, propia de quienes no aceptan que el octubrismo fue derrotado de manera aplastante en el plebiscito del domingo pasado. Días después, la nueva ministra del Interior dijo que deseaba que antes de la conmemoración del 11 de septiembre de 1973 Chile tuviese una nueva Constitución, con lo que volvía a “pinochetizar” el proceso constituyente en gestación. Muy en la retórica de “cualquier Constitución es mejor que una escrita por cuatro generales”. Retórica que le hizo poca mella al 62% del domingo.
Pero hay que entender: el Gobierno, el Partido Comunista y el Frente Amplio están viviendo un duro duelo. Su revolución murió y ese dolor debe ser respetado.
Pero todo duelo debe tener un límite. En algún momento, pronto, el oficialismo debe aceptar el resultado de la elección y resignarse.
Igual que en el Reino Unido; cuando se haya llorado lo suficiente a la reina extinta, los británicos deberán secarse las lágrimas y aceptar que comienza una nueva etapa, que será muy diferente.
Este gobierno no tuvo “luna de miel”, porque fue impopular casi desde el primer día. Por eso hay que permitirles a las viudas, viudos y viudes de la revolución que vivan su duelo. Pero con orilla. Después de eso, deben, ahora sí, resignarse y escuchar de verdad la voz del pueblo, que el domingo sonó como si fuese un grito.