Cuesta entender cómo el fútbol chileno resiste tantos desaires. El miércoles 7, Barnechea recibió a Cobreloa por la vigésima sexta fecha del torneo de Ascenso. El partido terminó 1-0 con gol del llamativo Nicolás Orrego en el final. Un delantero atrevido, “atorrante” y directo. Para seguirlo.
Hasta ahí todo normal. El problema es que el estadio de los “huaicocheros” no cumple las normas mínimas para jugar un partido de fútbol profesional. Sin embargo, la ANFP autorizó su disputa. Una decisión que trastoca el sentido común. Como el campo no da con los estándares, se prohíbe el ingreso de público. En síntesis, el chiste del sillón de Don Otto en su máxima expresión.
Lo correcto es obligar a Barnechea a buscar otro estadio y no “castigar” a los hinchas de Cobreloa. El cuadro de Calama atropella en el torneo de la B, posee una hinchada fiel y generosa en la zona central, que con seguridad se hubiera trasladado a apoyar al cuadro de Emiliano Astorga. Como estamos en un año electoral, en Quilín entienden que es necesario cuidar los votos y se autoriza un recinto para fútbol amateur.
Una determinación que baja el pelo al campeonato, perjudica a un inocente (Cobreloa) y denigra a los suscriptores de TNT, quienes tienen que ver un partido desde una cancha que ni siquiera tiene un espacio para instalar las cámaras.
Insólito. En rigor, la “amistocracia” genera una atmósfera en la que se aprecia una discriminación hacia los demás clubes. Por ejemplo, Universidad de Chile mendiga estadios, con exigencias a veces leoninas, pero a Barnechea se le permite saltarse las normas establecidas en las bases.
No hablamos del piso en el que se juega. Una alfombra dura, generadora de pubalgias, lesiones de tobillo y rodilla, donde es casi imposible ejecutar maniobras inherentes al fútbol de alta competencia.
Un día especial el miércoles. Al mediodía tuvimos ese encuentro, que ameritaba otro escenario y horario. Por la tarde, Universidad de Chile y Coquimbo perpetraban un 0-0 lapidario para el entrenador Diego López. En la medida que pasaron las fechas, el conjunto del uruguayo se fue cayendo hasta entrar en una debacle estética y sobre todo de funcionamiento.
Sartor, en un año y fracción, ya sentó a seis entrenadores en su banca. Una síntesis de una gestión lamentable, acaso de las peores tragedias que sufrió un club nacional. Como el archivo no muerde, la revisión de los dichos de Cristián Aubert y Michael Clark, cuando tomaron el control de la institución, parecen una tomadura de pelo. Ellos tenían el diagnóstico y el fútbol chileno debía escucharlos…
Con Sebastián Miranda en la banca, el mismo entrenador que en su interinato rescató seis de 12 puntos, los controladores de Universidad de Chile y sus amigos llevan al Chuncho por el sendero de la irresponsabilidad. Miranda asume un reto casi obligado. Lo avala su paso anterior, pero no es justo con él ni su futuro. Lo necesario, lo serio, era apuntar a un entrenador con bagaje, identificado con el club. Una cosa es clara: después de escuchar a Michael Clark en radio Cooperativa durante 50 minutos y hablar de poleras y no de camisetas es claro que jamás debió sentarse en el sillón de un club de fútbol.