Nadie se imaginó una ola tan grande. Sus dimensiones superaron todas las expectativas. Casi dos tercios de la población rechazó el proyecto constitucional.
Atrás quedó la pesadilla. Y dejó claro que —tal como dice el adagio— “lo que empezó mal, terminó mal”. Y dejó claro también que como decía el viejo poeta inglés, “el pueblo es una fiera de múltiples cabezas”.
Escasas autocríticas por parte de quienes defendieron el Apruebo, aunque en privado varios se reconozcan aliviados.
Algunos han persistido en culpar a Rojas Vade, a la tía Pikachu y al que votó en la ducha, como los responsables de que el “texto luminoso” haya quedado contaminado. Y si bien hicieron una innegable contribución, no es posible transformarlos en el chivo expiatorio de la derrota.
La tesis más enarbolada por quienes se niegan a reconocer la dimensión de la hecatombe es que los chilenos se dejaron engañar.
¿Hubo fake news? Claro que las hubo. Como en toda elección. Como siempre, desde la antigua democracia griega. Pero, como siempre también, las fake news fueron de lado y lado, ¿o no se puede considerar una gran fake news la promesa de que la nueva Constitución iba solucionar todos los problemas?
El tema es que los chilenos decidieron escoger, pese a las fake news. O junto a ellas.
Las votaciones son por esencia emocionales. Y en este caso el Rechazo fue principalmente emocional a una Convención maximalista, grotesca, identitaria y antiestética. Simplemente no fue creíble el ofertón. Desde que le iba a llegar agua a Petorca, a la defensa de las semillas ancestrales.
Pero lo que no es aceptable es el “roteo” que se le está intentando hacer a la gente. Un artículo de Ciper esta semana es la prueba más elocuente de aquello: fueron a buscar las razones de 120 personas de comunas populares para votar Rechazo. El único objetivo es mostrar que fueron engañadas, que dicen leseras y que son huevones.
Es la misma fórmula que intentaron conservadores europeos, desde hace siglos, para mostrar que el populacho no puede votar. Porque no sabe. Porque los engañan. Y hoy, lamentablemente, una parte de la izquierda levanta esa bandera
En el libro “Los restos del día”, de Ishiguro, hay una escena en que los aristócratas ingleses están discutiendo de política y para refrendar que la gente no sabe nada, le preguntan al silencioso mozo sobre qué opinaba de una serie de asuntos políticos. El mozo no sabe y no puede responder, lo que —para satisfacción de los presentes— confirma el punto de que el pueblo no debiera tener derecho a voto. Que hoy una parte de la izquierda haga ese mismo ejercicio es francamente increíble. ¿Propiciarán entonces el voto censitario?
Pero lo que es peor es la contradicción. Hace dos años el pueblo virtuoso derrotó al “fascismo”. Ahora es una masa ignorante y manipulable.
“La culpa es de los medios”, dijo el jueves el líder de Podemos (e ideólogo de este gobierno) Pablo Iglesias. Lo paradójico es que esos mismos medios estaban durmiendo cuando eligieron a Boric, cuando se eligió a la Lista del Pueblo o cuando el 80% votó Apruebo.
Por cierto, desde la centroizquierda, fundamentalmente del Socialismo Democrático, la reflexión ha sido mayormente otra. Pero urge una declaración que plasme para la historia el reconocimiento del triunfo legítimo y que exista una autocrítica de verdad.
Por el otro lado, una parte de la derecha miope quiere enterrar los cambios bajo la alfombra. No solo están jugando con fuego al no cumplir un compromiso que quedó explícito, sino que además no se dan cuenta de que este es el momento más propicio para que sus ideas se plasmen en una nueva Constitución.
Finalmente, la invitada de piedra vuelve a ser la violencia. Y la pregunta es cómo la enfrentará el Gobierno. Son demasiadas las declaraciones de complicidad que siguen estando en el aire y que fueron dichas hace demasiado poco tiempo. Desde el Presidente hacia abajo. Y si bien la ciudadanía esta vez exigirá la represión, el Gobierno o no querrá hacerlo o dejará en evidencia una incoherencia más desde ayer a hoy.
El cóctel complejo. Especialmente para Gabriel Boric.
Pero, inexorablemente, seguimos.