Pido, de entrada, disculpa al lector porque la muerte próxima de un amigo extraordinario me permite solo divagar azarosamente por aquí y por allá. Esto me trae a la memoria una película de la cual habíamos hablado muchísimas veces. Se llama “Un día particular”, está dirigida por Ettore Scola y la protagonizan Marcelo Mastroiani y Sofía Loren. Se trata de una reflexión muy sutil y conmovedora en que un lazo inesperado entre dos personas solitarias y apenas conocidas se traba con un acontecimiento público que corre en paralelo: lo íntimo y lo público. La amistad entre Mastroiani y la Loren se teje profunda y silenciosa tan solo en unas horas en una terraza romana, mientras afuera el alboroto de una gran manifestación parece estar marcando las fechas de la historia.
Reconozco que suelo pensar la relación del individuo con la política a partir de esos desajustes. Pero hay otra manera de entenderla que ha sido propuesta por algunos pensadores: el triple equilibrio entre distintos planos de la amistad, siendo la relación virtuosa aquella en que estos se coordinan unos con otros.
En el primero se ubica la conversación entre las dimensiones del propio yo y la justa disposición entre ellas. La virtud nace aquí de los distintos caminos para el cuidado de sí.
La segunda, que requiere como condición que la primera esté lograda, se plantea en la conversación que llevamos con los seres más próximos, amigos y familiares. Su medrar depende de nuestra habilidad y vocación para cuidar, esta vez, nuestro amor por el otro. Es lo que comúnmente llamamos “amistad”.
La tercera es la más compleja, puesto que para alcanzarse pide que primero se den las otras dos. Esta se despliega en el plano de la comunidad política de que formamos parte. Es el arreglo conveniente entre nosotros y la polis, el todo social que congrega y en el cual convergen los sentidos. En el pensamiento clásico, no solo occidental, este es el plano superior y la amistad que le corresponde es lo que suele llamarse “amistad cívica”. Como ocurre con los otros dos niveles, implica escucha, respeto, sinceridad y un movimiento hacia la unión, una acción práctica de “estar-al lado-del otro”.
Es imposible pretender ser un buen ciudadano si previamente el sí mismo no está dispuesto según una concordia y esa concordia no se extiende también a nuestros vínculos con los prójimos. Pero, en la otra dirección, es una ilusión pensar que se puede mantener una virtuosa relación consigo mismo y con los prójimos y, simultáneamente, emboscarse, cultivar un retiro de lo político, ser indiferente a las peripecias de la polis. Para un día particular todos los planos concurren y piden amistad.
Pedro Gandolfo