Una pregunta recorre Chile: ¿cómo es que el consenso de 78% de hace dos años se esfumó al punto que hoy sea tan probable un fracaso del camino delineado? ¿Por qué quienes fueron elegidos bajo condiciones que, según se decía, nos incluirían a todos, perdieron su capacidad de representar? ¿Por qué si estaban llamados no solo a diseñar instituciones, sino también a sanar heridas, terminaron dividiendo más?
A nuestra última década le ha faltado estabilidad política. Hemos tenido cambios de signo en cada elección, y pese a este ir y venir buscando, hay una creciente insatisfacción ciudadana. En medio de la crisis, se creyó que facilitar el camino a nuevas élites para la Convención podría mejorar la representación. Pero las nuevas élites mostraron ser tan pobres en virtud como las tradicionales, y con menor comprensión de la necesidad de acuerdos.
Ahora, gane quien gane, deberemos discutir sobre el sistema electoral. La propuesta constitucional lo mandata, los acuerdos post rechazo no podrán evadirlo y los políticos tendrán ahí su mayor interés. La población seguramente mirará este debate con distancia, porque es complejo y parece fútil ante las promesas de cambiar ipso facto las condiciones de vida.
Pero es justamente la inoperancia del sistema político la que ha impedido que se satisfaga la demanda por mayores seguridades que está detrás del descontento. Pensemos en las pensiones, cuya reforma llevamos tanto discutiendo. Por una parte, tenemos una veintena de partidos en el Congreso —son simplemente demasiados—. Por otra, todos ellos juntos no identifican ni a un quinto de la población. Este archipiélago de partidos de poca monta dificulta lograr acuerdos, porque son demasiadas partes, y hace difícil sostenerlos, porque es tentador descolgarse cuando tras las decisiones cupulares no hay un bolsón de votos. La patética historia de los retiros es un buen ejemplo.
El caso de la Convención, con las listas de independientes, llevó la debilidad de los partidos un paso más allá y los resultados fueron aún peores. Los votantes que apoyaron estas listas ni siquiera sabrán bien a cuáles grupos premiar o castigar con su voto en el futuro. De la Lista del Pueblo, que recibió el 16% de los votos, hoy no queda nada.
Cada vez hay más consenso en que sin partidos fuertes nuestra política estará condenada. Sin ellos tampoco podremos entregar mayores seguridades de forma sostenible. O no llegaremos a acuerdos, o lo haremos en el espíritu de los retiros y repartiendo feriados. Los países no avanzan así.
Sin duda, es difícil salir de esto. La gente no quiere ni saber de los partidos y darles más poder se leerá como un nuevo abuso. Es, quizás, similar al caso de un ajuste fiscal: es necesario, pero duele, y nadie quiere ser su cara visible. Aun así, ahora que se habla de unidad a partir del lunes, nuestros líderes políticos debieran buscar un acuerdo de sistema electoral que fortalezca a los partidos. Hay que pensar, por ejemplo, en listas cerradas, quizás nacionales, para al menos una parte del Congreso, en mínimos de votos para que un partido tenga representación y en más trabas al discolaje. Ello aplica también a la nueva Convención que posiblemente haya de venir. Todo esto será impopular, y por lo mismo requiere de un apoyo político transversal. Postergar el ajuste solo nos seguirá hundiendo.