La profanación de la bandera chilena ocurrida recientemente en Valparaíso en el marco de un acto en favor de la opción Apruebo constituye el extremo de una serie de atentados en contra de los símbolos patrios y religiosos. En artículos anteriores hemos llamado la atención sobre la gravedad de estas conductas, por cuanto implican una regresión a etapas muy primitivas del desarrollo humano.

Ahora bien, la profanación de la bandera, con toda su simbología, nos invita a reflexionar sobre lo que está implícito en ese acto: el desprecio a la patria. El término “patria” procede de la palabra latina “pater” o “patris”, y significa “tierra o lugar del padre”. El mismo origen tiene “patria” en todas las lenguas romances. En las lenguas germánicas, como el alemán o el inglés, patria significa asimismo el lugar del padre (“vaterland” y “fatherland”), pero se dice también “heimat” y “home”, vale decir, “hogar”. Intentaremos explicar resumidamente la trascendencia del concepto de patria, dada su íntima vinculación con la identidad y la verdad.

La identidad es un fenómeno que empieza muy temprano en la evolución, pues ya al aparecer la membrana que separa al protoplasma celular del entorno se genera una forma primitiva de identidad. El proceso de avanzar de lo más simple a lo más complejo, propio de la vida, implica también una diferenciación progresiva de la identidad, hasta llegar al ser humano, donde cada persona es única y dueña de su subjetividad. Ahora, esta identidad personal se va extendiendo en círculos y, así, hay una identidad sexual, familiar, ciudadana, nacional, continental, etcétera. Uno de los más importantes niveles identitarios es, sin duda, la patria: yo soy chileno, el otro es japonés, el tercero es italiano, etcétera. Uno no “está” chileno, sino que lo “es”, es decir, pertenece a su esencia el serlo. Atentar contra la patria es, entonces, destruirse a uno mismo y, en cierto modo, dejar de ser.

El nexo entre patria y verdad es menos evidente, pero aparece en el significado de patria como tierra del padre y como hogar. Así, tanto en los mitos como en los hallazgos de las neurociencias se dibuja una inequívoca relación entre la figura del padre y el lenguaje, o más precisamente, el logos.

El papel del padre en la familia no solo consiste en impedir la permanencia del niño en una unión simbiótica con la madre. Su papel fundamental es aportar el lenguaje. Él se dirige al niño y a la madre con sus nombres respectivos. La madre y el niño, en cambio, se comunican sin lenguaje: ellos se comprenden con una mirada, un gesto, una sonrisa. Toda esa cuantía de amor que da la madre al niño es transmitida en forma no verbal. También el padre es el que impone la primera norma en la horda primitiva: la prohibición del incesto, la que va a permitir el intercambio y, con ello, el desarrollo de la cultura. Y el logos, la palabra, es el lugar donde acontece la verdad. El sentido original de logos es “permitir ver mostrando”. El logos ilumina el ser y le roba su verdad, para cristalizarla en la palabra. Y como el logos es aportado tanto en el devenir histórico como en el desarrollo del niño por el padre, que a su vez es el fundamento de la patria, podemos afirmar legítimamente que la esencia de la patria es la verdad.

Vimos que patria también significa hogar y esta palabra deriva del latín: “focus”, fuego, hoguera. Es imposible detallar aquí la infinita simbología del fuego. Destacaremos solo dos: el fuego como espíritu y el fuego como centro de la morada. Respecto de lo primero, basta remitir a la festividad religiosa de Pentecostés: “…Y aparecieron entonces, como divididas, lenguas de fuego que se posaron sobre cada uno de ellos y quedando todos llenos del Espíritu Santo comenzaron a hablar en lenguas extrañas…” (Hechos de los Apóstoles 2, 1-5).

El “don de lenguas” (el logos) es dado a estos pescadores ignorantes a través del fuego, para que difundan por el mundo “la verdad del Evangelio”. Respecto del segundo significado, el fuego como centro de la morada, hay múltiples ejemplos, desde lo ocurrido en la época de las cavernas hasta lo que sucede en las casas modernas en torno a la chimenea, que demuestran el nexo existente entre el hogar como fuego y el develamiento de la verdad. Recordemos el sentido original de verdad en griego: a-letheia (des-ocultar, sacar a luz). La patria como hogar sería, entonces, un centro de comunión en la verdad.

Las personas que profanaron nuestra bandera y las que antes hicieron lo mismo con las iglesias, las imágenes religiosas y las estatuas de nuestros héroes, no supieron quizás que con sus actos se estaban destruyendo a sí mismos y condenándose a vivir en un mundo de sombras y mentiras.

Otto Dörr
Universidad de Chile y UDP Academia de Medicina